César Montoya

El título de la novela no es, ciertamente, un abrebocas para navegar en ella. De primera mano se piensa que es un libro de tendencia mística, inmiscuido en la santidad cristiana. Pero pronto el lector enfrenta la historia de un crimen horrendo cometido por una abogada que sacrificó a su madre en un episodio de tensas reclamaciones. El autor, Octavio Escobar Giraldo, evidencia ser un maestro como escritor de sólido prestigio. Son perfectos los diálogos fluidos, hábil la narrativa con seguimiento a los aderezos de la tragedia, con suspensos que encalambran. En su estilo poca presencia tiene el adjetivo.
Surge Manizales como una urbe filosóficamente conservadora, con virtudes vitrinescas y una intimidad adicta al fingimiento. Esa es la que conocimos, de procelosos sacudimientos nocturnos y una campanuda extroversión social. Era modesta su génesis campesina que pronto se transformó en vistosas galas de modernidad. Ciudad entaconada arriba, derrochadora y disipada, y abajo con un escondido submundo de miseria. Existían entonces, como ahora, “los pobres vergonzantes”, que administran simulaciones públicas, taladradas por privaciones dramáticas. Teatreros que viven de las limosnas cristianas.
¿Qué tan atractivos pueden ser los condimentos de la novela? Bibiana, una morena de carnes tentadoras, nacida en Riosucio, se convierte en compañera inseparable de la jurista, inmediatamente después del cataclismo familiar. La autora del crimen surge entumecida, sin remordimientos, que hace diálogos tranquilos con la amiga mientras programa su escapatoria del país. No surge el desespero propio de los delincuentes primíparos. Hace de la muerte un infortunio intrascendente, manejado como una anécdota desafortunada. En la abogada no hay impacto psicológico, ni un dolor circular que la torture, ningún arrepentimiento, y luce tranquila y deliberativa para escoger el camino de evasión. A pesar de tener sus faldas chisgueteadas de fresca sangre inocente, canta, elogia divos amanerados, conversa sobre toreros y relaja su mente en frivolidades.
Un jurista asesora a un tío de la homicida. De moral barata, inteligente y sagaz, recibe órdenes y acomoda su profesión a las tramoyas urdidas por su patrón. Para “limpiar el honor de la familia” se tejen diabólicas maquinaciones con la finalidad de conquistar fiscales y preparar “mordidas” para testigos. El drama culmina con el ajusticiamiento de Bibiana, por ser la “responsable” del inaudito asesinato. Las vergonzosas entretelas quedan resumidas en esta descarnada frase del tío: “De lo que pase en Manizales me encargo yo”. La imaginación abastece de letra menuda las coartadas para lograr que el delito quedara en impunidad. Finaliza el entramado al obtener la abogada refugio clandestino en Venezuela.
La novela deja amplios espacios para ahondar en deducciones. A Bibiana no le gusta compartir la cama con hombres y se sospecha que sí logró tener intimidades con su confidente. El comportamiento tranquilo de la homicida después de su macabra proeza, es una invitación para elucubrar sobre la frialdad de cierto tipo de criminales que culminan sus gestas sin remordimientos. Cuánto puede explayarse sobre los artificios que a veces organizan sindicados, investigadores y chupatintas para burlar los objetivos de la ley. Y qué decir de las secretas solidaridades familiares para esconder un grave desliz de uno de los suyos. Y qué de la incalificable perversidad para escoger un ser inocente que ha de responder con la muerte de un delito que otro cometió.
Siendo la obra un rimero de diálogos amenos, debe aceptarse que le deja amplios espacios a quien la degusta para que culmine el perfil de circunstancias esenciales. Sobre “Después y antes de Dios” caben todos los discursos. Los literatos tendrán calificativos elogiosos; es un relato excelente; los costumbristas se pueden embarcar en teorías sobre una sociedad pacata que cohabita con dolamas recónditos; los criminalistas encontrarán vetas inagotables para profundizar en los componentes de un raro temperamento delictivo; otros se podrán referir a una justicia alcahueta que se amanceba con forajidos; aquellos criticarán las ayudas prestadas al personaje asustador.
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