Llega a las reuniones atisbando el escenario. Alarga el cuello, lo zangolotea, abre las aletas de la nariz, escudriña y toma asiento. Procura hacerse notorio. Quisiera que el mundo girara en torno suyo. Como gusta de los áulicos, anda en manada, con niñas bisoñas y lagartos expertos en el manejo del hisopo. No podría subsistir sin esa resaca humana de labia fantasiosa, lisonjera y servil. Está acostumbrado a tener vasallos, a los elogios efímeros, a la ponderación ridícula de sus hazañas para encumbrarse en los altares de una democracia mentirosa.
No tiene sentimientos duraderos, porque su alma es un rancho de beduinos. Suya no es la espada toledana si no la cimitarra sarracena. A quien puede hundirle el puñal por la espalda, lo hace a mansalva y sobreseguro, por mano propia o de terceros.
Tiene alma pequeña, que vale pocos denarios. Por treinta monedas, como Judas, vende al Señor. Su corazón es inconstante, compra amores pasajeros, y cambia fácilmente de tálamo en la romería de los dormitorios, como cualquier lechuguino irresponsable.
Habla fácil, sabe hacer caracoles literarios, y embadurna de promesas la expectativa de la gente. Jamás cumple su palabra porque es un embustero compulsivo que compromete su verbo tramposo que poco vale. En los pueblos trabaja con política prestada, apropiándose de méritos ajenos.
Es un ególatra. Se ama a sí mismo, es esclavo de los espejos como cualquier narciso, administra su Yo con doblamientos mahometanos. Nadie puede ubicar su temperamento. Ciclotímico, palidece como los cobardes, es energúmeno artificial, vinagre a veces, maneja miedos recónditos, payasea su imagen de acuerdo a las circunstancias.
Tiene risa estridente matizada con interjecciones, sube el sonido de sus carcajadas campesinas y lanza pequeños gritos estridentes como si fuera un cantorcillo de rancheras.
Es desleal. Su antena de manzanillo lo acomoda siempre en el grupo ganador. Como Fouché alquila su alma al mejor postor. Su conciencia siempre está en subasta.
Un hombrecillo así, de moral liliputiense, felón, de barata condición humana, hurtador de méritos ajenos, ¿puede ser jefe de un partido? ¡Vaya, vaya! Los conductores que logran raigambre popular son de una sola pieza. Son enterizos. No tienen subterfugios, no son camaleones, no hieren con gumías, ni por detrás descargan golpes mortales. Son como Gilberto Alzate y Ómar Yepes, de una sola pieza. Con palabra sagrada, sembradores de doctrina, jamás aprovechadores de la ingenuidad del pueblo.
Estos reptiles que pretenden alzar la bandera con manos falsas, jamás serán los voceros genuinos de la comunidad.
Jesucristo tuvo un traidor. En la política de Colombia son muchos los que le venden el alma al diablo. Por ejemplo, el político patán.
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