María Carolina Giraldo


Spotlight es una película que se encuentra actualmente en cartelera en Colombia y que, adicionalmente, está nominada a los premios Óscar. Se trata de la historia de la investigación del periódico Boston Globe sobre la forma en que la Iglesia Católica de Massachusetts ocultó un número importante de casos de abusos sexuales perpetrados por distintos sacerdotes de Boston. Por esta investigación el periódico ganó el Premio Pulitzer al servicio público en el año 2003. La película ha servido para innumerables análisis sobre el ejercicio, el rol, la responsabilidad y la ética de los periodistas y de los medios de comunicación.
Unas de las reflexiones más dignas, profundas y valientes sobre Spotlight fue la del columnista de El Tiempo, Adolfo Zableh quien aprovechó la coyuntura y el buen trabajo de la película para hacer pública su condición de víctima de abuso sexual. Más allá que contar una experiencia personal, siento que la intención de Zableh era manifestar la soledad y el silencio en el que viven las personas que han sufrido estas experiencias, y resaltar la importancia de no dejar debajo del tapete los casos de abuso sexual por considerarlos un asunto de la esfera privada. La columna fue ampliamente difundida, fueron muchos los periodistas que le hicieron eco al escrito, incluso Zableh dio una entrevista muy personal y humana a un programa de radio, señalando, nuevamente, la importancia de no minimizar ni invisibilizar estos casos.
Solo una semana después de la publicación de la columna de Zableh, el periodista Daniel Coronell reveló una denuncia de una exfuncionaria de la Defensoría del Pueblo contra el señor Jorge Armando Otálora, en ese momento Defensor del Pueblo, por abuso sexual. El cubrimiento de algunos medios de comunicación de estos hechos dejó de lado todas las reflexiones hechas hace unas semanas atrás con motivo de Spotlight y de la columna de Zableh. Una periodista de radio no tuvo reparo en publicar en Twitter que le preocupaba más la muerte del oso de anteojos que la denuncia contra el Defensor del Pueblo. Otra periodista de radio y televisión, en su entrevista al entonces funcionario, le pidió perdón por preguntarle sobre temas de su vida privada cuando, como la había resaltado Zableh una semana antes, es ahí donde se esconden los casos de abuso sexual.
Por su parte, un programa radial noticioso y de opinión escogió como tema del día: ¿acostumbra a tomarse fotos eróticas para enviarlas a su pareja? Una excelente manera de quitar la carga de profundidad que el tema merece y de intentar minimizar la importancia de lo que puede constituirse en una prueba del abuso. En algunos medios escritos, digitales e impresos, se detuvieron, particularmente, en explicar las características físicas de la presunta víctima, haciendo descripciones sobre sus caderas, su abdomen y narrando, sin necesidad, el paso de la exfuncionaria por concursos de belleza y el mundo del modelaje, como si la apariencia física fuera una causa y un atenuante de un abuso.
Asimismo, un medio escrito tituló: “Congresista feminista pide la renuncia de Otálora”, como si se tratase de un asunto de partidos políticos. Otro programa radial que abrió los micrófonos a los oyentes para que opinaran sobre este asunto como tema del día, no de manera tan frívola como el anterior, permitieron que los participantes expresaran cosas tales como: las mujeres se exponen a este tipo de abusos para lograr ascensos laborales. Evidentemente este tipo de cosas puedan pasar cuando se tienen estos espacios para que la gente opine, lo que resulta inaceptable es que los periodistas del equipo guarden silencio ante esta clase de comentarios y pasen al siguiente tema sin expresar una opinión que ponga algo de sensatez a la creencia del oyente y que permita tener un juicio más ecuánime; como sí lo hacen en otros casos.
Parece suficiente la evidencia para que las organizaciones que trabajan por el empoderamiento de la mujer diseñen e implementen un curso de perspectiva de género para periodistas: hombres y mujeres.
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