María Carolina Giraldo


Desde ayer, con la declaratoria de constitucionalidad del plebiscito para refrendar los acuerdos de La Habana arrancó la campaña. Como lo manifiesta la Corte Constitucional, esta consulta popular no es para determinar si los colombianos queremos o no la paz, porque esta se entiende como un lugar superior hacia el cual deben propender los Estados. Así las cosas, lo que se pretende establecer con el plebiscito es si los ciudadanos están de acuerdo o no con lo negociado en La Habana. También ha sido clara la Corte en afirmar que en caso de que ganara el no esto no debe entenderse como el fin del proceso, sino como la necesidad de renegociar lo acordado.
Como lo han repetido, en varias oportunidades, importantes juristas colombianos y extranjeros, los acuerdos alcanzados con las Farc–Ep son uno de los desarrollos más relevantes en materia de justicia transicional, en ellos están recogidos los principios internacionales sobre verdad, justicia y reparación. Están tan bien estructurados que deberían ser una de esas cosas que nos hacer sentir orgullosos de ser colombianos. Los acuerdos son públicos y pueden ser consultados por los ciudadanos en: http://equipopazgobierno.presidencia.gov.co/ Sin embargo, estos son larguísimos, están cargados de retórica sobre el desarrollo, la justicia y la equidad, es decir, son un ladrillo y un buen somnífero.
En este contexto, lo que se ha denominado pedagogía por la paz, (de entrada escogieron una palabra complicada) o la comunicación de la misma, plantea retos enormes. En la difusión de los temas acordados en La Habana es muy fácil, y también quepo ahí, caer en términos jurídicos precisos, que no son claros, o lo que es peor aún, no dicen nada para aquellos que no han pasado por una facultad de derecho. Es común oír en la calle, o en las reuniones familiares y a importantes políticos y analistas diciendo que no se conoce lo que se está negociando. Vale la pena repetir que todos los acuerdos han sido publicados desde el momento en el cual fueron firmados por las partes, por ejemplo, el documento sobre política de desarrollo agrario integral es público desde el 26 de mayo de 2013. Es probable que la premisa “nada está acordado hasta que todo esté acordado” haya generado confusión al respecto.
La comunicación de la paz tiene otro reto adicional al de la complejidad de los documentos firmados. El grupo político opositor al proceso ha sabido aprovechar su naturaleza engorrosa para dar información que no es precisa o veraz sobre lo que se negocia, como ocurrió con el chisme de que los guerrilleros desmovilizados recibirían un subsidio de $1.800.000 mensuales. Algo parecido pasa con el tema de la impunidad, donde se han valido de posicionar el rumor de que los guerrilleros condenados o investigados por delitos de lesa humanidad no pagarán penas privativas de la libertad.
Adicionalmente, también han sabido simplificar el lenguaje usando argumentos y términos que resultan efectivos y claros como narcoterrorismo y castrochavismo. Otro punto a favor de los opositores a los acuerdos de La Habana es su vocero: un líder carismático que cuenta, todavía, con amplia aceptación popular, que tiene un talento especial para comunicar sus ideas de manera clara y al que la gente le cree en virtud de su autoridad. La experiencia del referendo que aprobó la salida del Reino Unido de la Unión Europea deja como advertencia la importancia de no menospreciar los discursos fáciles y simples, que apelan al nacionalismo y que se estructuran desde información parcial sobre las amenazas de un futuro peor.
Así pues, la pedagogía o la comunicación de la paz tiene que trascender la publicación de los acuerdos, debe hacerse en palabras sencillas y de forma concreta, sin importar si se pierde claridad jurídica. También sería importante diversificar la vocería y escoger líderes fuertes, distintos de los de opinión, que respalden los acuerdos, por ejemplo, deportistas y artistas. Adicionalmente, habría que hacer una revisión sobre la pertinencia de hacer la comunicación de la paz desde la utopía por su triunfo o la hecatombe de la guerra, porque puede resultar contraproducente.
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