María Carolina Giraldo


Criticar a los gobernantes es una labor inherente de los ciudadanos y es fundamental para el buen desarrollo de la democracia. Sin embargo, la gestión de lo público debería ser un diálogo entre habitantes y mandatarios, y no un monólogo de los primeros frente a una diatriba de los segundos. En este sentido, a los ciudadanos también nos cabe una responsabilidad por la gestión de lo público, no todo lo que sale mal es culpa de los que detentan el poder, a pesar de que sean los principales responsables.
Para un buen número de ciudadanos, las actividades relacionadas con la política, entendida como la gestión de lo público, tiene un tufo a turbio, a poco transparente, a favoritismo, a corrupción. En la última Encuesta de Percepción Ciudadana de Manizales Cómo Vamos el 16% de los manizaleños respondió que no le gustaría tener como vecino a un corrupto y el 13% a un político. Solo superan esta animadversión la vecindad con los desmovilizados de algún grupo armado (40%). Incluso, los manizaleños prefieren tener como vecinos a personas pertenecientes a grupos sociales o étnicos que históricamente han sido víctimas de discriminación que tener que compartir acera, escalera o ascensor con un político. Estos se han convertido en un grupo social con lo que los ciudadanos no tienen afinidad, a los cuales no quieren tener cerca y que consideran una molestia para la vida tranquila.
Ese dato puede llevar a muchos análisis sobre la situación del ejercicio de lo público en la ciudad, la falta de confianza en la clase política y la captura del Estado por parte de los que ejercen el poder, pero esos son los análisis más comunes, de ese tipo de investigaciones tenemos suficientes. Por su parte, se supone que la política debe ser de doble vía, por lo tanto, si los ciudadanos permitimos que nos gobiernen personas a las que no quisiéramos tener de vecinos, algo debemos estar haciendo mal en el ejercicio de ese rol.
La Encuesta de Percepción Ciudadana de Manizales Cómo Vamos muestra que solo el 65% de los manizaleños conoce al alcalde; paradójicamente, el 51% de los encuestados está de acuerdo con la forma como al Alcaldía invierte los recursos. Si el 35% de los habitantes de la ciudad no sabe quién es el alcalde, es difícil imaginar que el 51% de los ciudadanos tenga la información necesaria para determinar cómo está ejecutando la Alcaldía el presupuesto.
Es muy grande el desinterés por lo público, se considera mejor dejar esos asuntos a ese grupo de personas que no se quieren tener de vecinos y que ellos resuelvan solos eso de cómo y en qué se gastan los impuestos que todos pagamos. En Manizales solo el 35% de los ciudadanos participó, durante 2014, en apoyar personas, ideas o iniciativas y el 67% de los encuestados no pertenece a ninguna organización social. A esto se suma que el desinterés por la política es mayor entre los más jóvenes, el 40% de los manizaleños entre 18 y 25 años no votó en la segunda vuelta de las elecciones presidenciales de 2014.
Que los manizaleños no quieran tener a los políticos de vecinos implica no solo que estos estén usando su liderazgo de manera equivocada, sino también que los ciudadanos están desconociendo la importancia de su rol en el ejercicio de lo público y que han abandonado sus espacios de participación para dejar que unos cuantos se apropien de ellos.
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