María Carolina Giraldo


Con la muerte de Umberto Eco ha circulado por las redes sociales una frase suya que advierte que estas “le dan el derecho de hablar a legiones de idiotas”. En su columna del pasado jueves en El Tiempo, Juan Esteban Constaín, recordando a Eco señalaba sobre el Internet que “no hay quizás un invento humano que permita consumar mejor el sueño enciclopédico y hermoso e imposible de abarcar todos los conocimientos y todas las cosas y tenerlos casi en el mismo lugar, en este abismo y este mar. Solo que con Internet se necesita más que nunca de la sabiduría y de la sensatez, del conocimiento que le da sentido a tanta información."
Las redes sociales, así como el Internet, son solo una herramienta: cada cual las usa como puede, como quiere o no las utiliza. Para algunas personas, estas le pueden hacer la vida más fácil, permitir salir del anonimato, volverse millonario, o, por el contrario, convertir la existencia en una perfecta pesadilla. Todo depende de la aproximación que se tenga. Como instrumento, estas plataformas son un escenario poderoso para hacer pública la voz de todos aquellos que antes no podían opinar en un ámbito más amplio. A través de las redes sociales una persona cualquiera puede compartir sus ideas con un público más extenso que su grupo de amigos cercanos o los miembros de su familia. Adicionalmente, estas aplicaciones también permiten interactuar con políticos, periodistas, empresas, cosa que antes no era posible, a menos de que se hiciera uso de un derecho de petición.
Hace unos días, una amiga a la que quiero mucho y en cuyo criterio confío ampliamente, no por el cariño que le tengo sino porque la encuentro realmente inteligente, me recriminó por preguntarle al alcalde de Manizales, vía Twitter, por las soluciones para la precaria situación en la que se encontraban los jardines públicos de la ciudad. Mi amiga consideraba que yo no debía entretener al mandatario con esas pequeñeces, que él debía dedicarse a asuntos más serios que a contestar las preguntas de los ciudadanos sobre la flora urbana, en el fondo ella sostiene que los mandatarios locales no deben responder menciones en las redes sociales, que deben encargarse de temas más complejos. El alcalde respondió que la situación de los jardines ya había sido atendida y que pronto recobrarían su belleza, obviamente, si el fenómeno del niño disminuía. En este caso, la respuesta fue rápida y positiva, sin embargo, también le he preguntado, vía Twitter, sobre la implementación de un sistema integrado de transporte urbano, en lo que tanto mi amiga como yo estamos de acuerdo es un tema fundamental, y aún no he tenido respuesta.
El Internet y la redes sociales no pueden y no deben ser una herramienta solo para sabios, seguramente ellos la sabrán usar mejor que la legión de idiotas, algunos de los cuales han tenido libertad de expresión desde antes que existiera la energía eléctrica. La participación y las plataformas para su ejercicio son un derecho ciudadano, no un privilegio de los ilustrados y deben estar al servicio de todos, ciudadanos y mandatarios, de los primeros para que se expresen sobre lo público y de los segundos para que se enteren qué piensan los primeros.
También sirven, si las discusiones son respetuosas, para ir puliendo conceptos, argumentos e ideas, para alcanzar consensos o ponerse en desacuerdo y fortalecer la tolerancia. Si las redes sociales están plagadas de tontos, que tienen el derecho y el deber de opinar, la reflexión que deberían despertar estos comportamientos es sobre la calidad de la educación y sobre cuál es la aproximación al conocimiento que se tiene si al tener a la mano algún medio masivo de difusión de información nos comportarnos como una legión de idiotas.
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