María Carolina Giraldo


Es común oír a los columnistas, a los periodistas, a los empresarios, a los profesores quejándose por la ausencia de líderes y preguntándose dónde están los dirigentes con las ideas claras y el rumbo fijo. La crítica sobre la falta de gente capaz de guiar a un grupo de personas hacia un propósito común es reiterativa, sobre todo en estos tiempos de elecciones populares y torneos de fútbol.
Mientras los ciudadanos andamos buscando líderes, mesías o héroes que nos muestren el camino, algunos antropólogos concluyeron que lo que le ha permitido a la especie humana alcanzar el podio en la pirámide alimenticia es nuestra capacidad de colaboración y trabajo en equipo. Así lo señala el profesor Yuval Noah: "Los sapiens pueden cooperar de maneras extremadamente flexibles con un número incontable de extraños. Esta es la razón por la cual los sapiens dominan el mundo, mientras que las hormigas comen nuestras sobras y los chimpancés están encerrados en los zoológicos y laboratorios de investigación".
El problema con los líderes es que son humanos, seres de carne y hueso, como dice mi amiga Ana María Mesa sobre los individuos de esta especie: "falibles, influenciables, corrompibles, impresionables, limitados, supersticiosos, maleables, idiotas útiles". No obstante, tenemos una fascinación especial por los héroes y sus hazañas, vivimos en la constante espera del retorno de un mesías.
Se hacen revoluciones en nombre de Bolívar, posiblemente porque la historia oficial se ha encargado de borrar que el Libertador no era propiamente un demócrata, que al mejor estilo napoleónico se autoproclamó dictador en varias ocasiones y que usó, más de una vez, el recurso de echar al agua a aquellos que le habían salvado la vida para cuidar su pellejo. Se dice que nuestro prócer prefería usar las armas blancas en las ejecuciones de los aldeanos españoles para no gastar artillería y ahorrarla para la batalla.
También tenemos la idea de que Antonio Nariño pasó más de la mitad de su vida en la cárcel por la traducción y publicación de la "Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano". Sin embargo, son varios los historiadores que coinciden en que su primera reclusión no se debió a la difusión de ese texto, sino a una plata que se perdió cuando el señor Nariño ejercía como director de la Tesorería de Diezmos, parece que fueron cien mil pesos, toda una fortuna para 1793.
Otra de esas imágenes románticas de un héroe es la del Che Guevara. El argentino ha logrado incrustarse como marca registrada de los movimientos democráticos, pacifistas y de defensa de los derechos humanos. Paradójicamente, su vida, pero sobre todo, su ejercicio del poder distan mucho de las banderas que hoy representa su imagen. Son un secreto a voces las ejecuciones extrajudiciales autorizadas, en algunos casos perpetradas por el guerrillero. También han sido reseñada su intolerancia y persecución de artistas y personas pertenecientes a la comunidad LGTBI, así como la detención arbitraria de jóvenes y opositores en campos de trabajo forzado.
Pero dejemos a los héroes tranquilos en los mausoleos sobre los que descansan los nacionalismos. Mientras tanto, seamos más prácticos y preguntémonos sobre el nivel de avance de nuestros procesos colectivos, cuestionémonos sobre nuestra capacidad de cooperación, escojamos para nuestros hijos colegios donde formen, a cambio de líderes, ciudadanos capaces y dispuestos a trabajar en equipo.
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