María Carolina Giraldo


En la columna pasada planteé la idea que la polarización sobre el proceso de paz ha ido cediendo en la medida en que queda en evidencia que muchas de las observaciones al Acuerdo de La Habana estaban sustentadas en información imprecisa, falsa o incompleta. Analicé los puntos en común, entre los que apoyan el No y el Sí al plebiscito, y desarrollé uno de los aspectos donde hay divergencia: señalar que el Acuerdo de La Habana no es lo suficientemente bueno. Entre los opositores del proceso, también están aquellos que consideran que lo acordado está bien logrado pero que su implementación es compleja y que, por lo tanto, prefieren no aprobarlo.
Tener desconfianza en las Farc es un sentimiento natural y sensato después de todo lo que ha pasado con ese grupo. El mismo Humberto de la Calle ha dicho que: “hacerse ilusiones con una guerrilla tan curtida es una necedad.” Es que la paz no se hace con los amigos, ni se suscriben acuerdos escritos con las personas a las que se les tiene confianza.
Votar por el No en el plebiscito porque se tiene desconfianza en los actores del mismo es cerrarse a la oportunidad de poder construir un futuro sin guerra, donde los recursos se destinen a solucionar las tareas pendientes del Estado que ocasionaron y perpetuaron el conflicto. Uno de los argumentos de la oposición es que se ha entregado el país a las Farc. Esa idea puede estar concebida de una lectura sesgada del Acuerdo, porque allí se establecen temas que son fundamentales para el buen funcionamiento del Estado: la reforma agropecuaria integral, la lucha contra el narcotráfico y su tratamiento como un problema de salud, el fortalecimiento de la democracia, la institucionalidad pública y los partidos políticos, el control de la corrupción y el trabajo sobre la inequidad. Sobre estos temas existe consenso entre los colombianos en que es fundamental trabajar para consolidar una paz duradera y estable.
La confianza solo puede construirse en el largo plazo, la decepción, el dolor y el irrespeto que han causado las Farc no van a desaparecer con la firma del Acuerdo. Aún así el desescalamiento de las acciones bélicas del grupo guerrillero ha servido para disminuir en 98% las muertes de los civiles y en un 94% las de los combatientes, en un 98% las acciones ofensivas de las Farc y en 91% los combates entre estos y la Fuerza Pública. Ojalá la construcción de confianza en la implementación del Acuerdo pueda darse con hechos tan contundentes como esos.
Estar a favor de lo acordado en La Habana no implica estar del lado de las Farc, a todos nos queda la posibilidad de seguirlos rechazando en las elecciones populares para cargos locales y nacionales. Este proceso lo que busca es evitar la vulneración sistemática de los Derechos Humanos de miles de colombianos. Asimismo, brinda la oportunidad de construir un país distinto, donde las ideas no se defiendan con la violencia y la ausencia de conflicto armado permita el fortalecimiento de la institucionalidad del Estado.
Sería triste que por miedo a la decepción, como en el amor, no nos demos la oportunidad de salvaguardar la vida y la libertad de aquellos que les tocó la guerra, así como la posibilidad de construir un país mejor.
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