María Carolina Giraldo


En la columna pasada expliqué que el enfoque de género es una metodología de análisis de la realidad que permite entender cómo los hechos, las acciones, los comportamientos, las políticas, los programas afectan de manera diferenciada a hombres y mujeres. En este sentido, esta metodología permite fortalecer los derechos de las mujeres y la población LGTBI porque visibiliza situaciones particulares de estos grupos y permite tomar acciones al respecto, para empoderarlos o para superar condiciones de discriminación. No hice claridad, y eso generó confusión en algunos lectores, que el enfoque de género, va mucho más allá del lenguaje incluyente y que se puede usar esta metodología sin tener que referirse, en cada afirmación, a ellos y ellas, todos y todas, los niños y las niñas…
También expuse que la ideología de género es la forma peyorativa como algunos miembros de las iglesias católicas, evangélicas y cristianas intentan descalificar la metodología, porque, erróneamente y haciendo uso de su fe más que de la razón, consideran que atenta contra la familia, la vida en comunidad y el sano desarrollo de los niños.
Vale la pena resaltar que no está mal, per se, que desde cualquier religión se establezcan reglas de conducta humanas que sus fieles deben seguir. Es decir, no existe una vulneración a la condición humana, ni una amenaza social si los católicos, evangélicos y cristianos establecen que el único matrimonio posible dentro de su comunidad es el de un hombre y una mujer. Tampoco si determinan que las únicas opciones válidas de identidad de género y la orientación sexual son la femenina y la masculina y que estas están asignadas por el sexo biológico. En este mismo sentido, algunos miembros de la comunidad judía no comen carne de cerdo, los mormones no toman café ni té, los testigos de Jehová no se hacen transfusiones de sangre y los sijes no comen proteína animal ni se cortan el pelo.
Adicionalmente, las personas pertenecientes a distinto credos y religiones deben tener siempre la posibilidad de manifestar como quieren que se respeten sus creencias. Por ejemplo, pueden exigir que en el menú escolar de sus hijos no incluya carne, o que no se les imparta clase de educación sexual o biología, tienen la posibilidad de rechazar tomar bebidas que contengan cafeína, tienen el derecho de requerir al médico para que no les practique una transfusión sanguínea. Lo que no pueden hacer es cabildeo para exigir que mediante políticas públicas universales se prohíba el consumo de proteína animal, cortarse el pelo, realizarse determinados tratamientos médicos, vender café, impartir educación sexual a los niños con sustento científico o impedir el acceso a derechos fundamentales a ciertos grupos sociales.
Así pues, la vulneración a los derechos a las libertades fundamentales humanas se da cuando la agenda propia de cualquier religión o creencia se usa para interferir en la agenda pública de una comunidad donde convergen distintos credos y cosmovisiones. Asumir que los principios de una religión son supremos y que, por lo tanto, deben aplicarse de manera universal, es desconocer el derecho de los otros a pensar, sentir y cree diferente. Lo anterior, genera una sociedad inequitativa, injusta y violenta. Lo paradójico de todo esto es que esas ideas de exclusión provengan de religiones que se edificaron en lo que se constituyó, en su momento, en un cambio teológico fundamental: “amarse unos a otros.”
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