¿Cuántos chistes recibe usted a la semana sobre la preocupación de las mujeres por tener todas las cosas bajo control, sobre la imposibilidad de los hombres de pensar o de hacer varias cosas al mismo tiempo, o sobre lo exagerados que se vuelven los señores cuando se enferman? Pues de eso se trata el enfoque de género: de aceptar, entender y analizar la realidad desde la perspectiva de que hombres y mujeres nos comportamos distinto frente a la enfermedad, al mercado, a la vida laboral, familiar y pública, y que esos rasgos diferenciados generan, así mismo, consecuencias distintas.
Adicionalmente, el enfoque de género permite estudiar, desde las políticas públicas, qué acciones, comportamientos, programas, actividades generan impactos diferenciados para la población LGTBI. En este sentido, la perspectiva de género es una herramienta metodológica que permite garantizar, mediante la visibilización e inclusión de sus particularidades, el respeto de los derechos humanos de dos grupos que históricamente han sido víctimas de exclusión y discriminación: las mujeres y la población LGTBI.
Por su parte, la ideología de género es una expresión peyorativa que utilizan algunos miembros de las iglesias católicas, evangélicas y cristianas para atacar el enfoque de género. Utilizando el término ideología de género, los defensores de cierta moral cristina, buscan confundir la herramienta metodológica que implica la perspectiva de género con una pseudo doctrina que, supuestamente, pone en riesgo la familia, la vida en comunidad y el sano desarrollo de los menores de edad.
Existe evidencia empírica y científica que demuestra que las mujeres están igual de capacitadas que los hombres para participar de la vida pública, para ser presidentas, astronautas, científicas, mecánicas, bomberas, proveedoras del hogar, entre muchos otros roles. En este mismo sentido, también es claro que los hombres pueden asumir en la vida pública y privada actividades, tareas y trabajos propios de la economía del cuidado sin que eso implique una baja en su rendimiento, en su hombría o un desmejoramiento en la atención de aquellos que necesitan especial cuidado como niños, ancianos y personas en condición de discapacidad. Asimismo, la experiencia y la ciencia han sido enfáticas en demostrar que las personas que tienen una identidad de género o una orientación sexual diversa no representan ningún peligro para la vida en comunidad, ni para la crianza de los hijos, ni para impartir algún otro tipo de educación. Tampoco ponen en riesgo el cuidado de los adultos mayores, ni de personas en condición de discapacidad y, muchísimo menos, la supervivencia de la especie. Vale la pena resaltar que la ciencia ha dejado claro que no se puede evangelizar a nadie sobre su identidad u orientación sexual, estas obedecen a comportamientos biológicos y, por lo tanto, no pueden enseñarse, impartirse o modificarse a causa de una ideología o de un modelo educativo.
Así pues, la participación pública de la mujer y su empoderamiento en el ámbito privado, así como el respeto y el reconocimiento de la igualdad de derechos de la comunidad LGTBI no ponen en riesgo la convivencia social armónica, todo lo contrario, la promueven, la fomentan y la fortalecen.
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