María Carolina Giraldo


Esta semana la Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados publicó un informe en el que señala que Colombia es el país del mundo con mayor número de desplazados internos: 6,9 millones de personas. Poner esta cifra en contexto es sumar toda la población de Medellín, Cali, Cartagena, Bucaramanga y Manizales. También denuncia el documento que durante 2015 se desplazaron 113.700 personas, un número un poco mayor que la población total de Villamaría y Chinchiná (Caldas). Asimismo, se resalta que pocos desplazados regresaron a sus lugares de residencia habitual.
Sorpresivamente, no hubo escándalo, pocos fueron los que se manifestaron, no hubo indignación generalizada como cuando publican el indicador de felicidad, ese que siempre califica al país en los primeros puestos. Aún así, la cifra del personas víctimas de desplazamiento forzado es aterradora. Pero como las señoras y los niños parados en los semáforos, con un cartel que cuenta su historia de destierro, se nos volvió invisible ese drama local, tan cotidiano, tan difícil de aceptar que preferimos pasarlo por alto. Mientras tanto, se comparte en las redes sociales, con indignación, cómo los refugiados sirios cruzan el mediterráneo. Se dio preferencia en el debate público a la forma como el Presidente comunica los aciertos, los retos y las consecuencias del proceso de paz que a las víctimas del mismo.
No se debe dejar que este primer puesto de la infamia pase desapercibido sin mayores comentarios. Hay que hacerle eco a este indicador aunque eso implique hacer conciencia del horror vivido, de lo lejos que se ha llegado en este conflicto, que la indolencia se volvió costumbre. Hasta el punto de preferir continuar con una guerra para estas víctimas, antes que tragarse sapos como los de la negociación de un sitio de reclusión o la participación en política de los victimarios.
En este contexto, resulta sorprendente que hayan sectores de la sociedad que prefieran perpetuar con algunas de las causas de este conflicto, hasta generar una rendición total, que tranzar unas penas para garantizar, en parte, el fin inmediato de algunos de estos hechos de barbarie. No se puede perder de vista que el verdadero sentido de un proceso de desmovilización de un grupo armado es frenar las hostilidades, de las cuales, las principales víctimas son los civiles. Entre ellas, los casi 7 millones de desplazados que ha dejado esta guerra.
Sin embargo, la existencia de un grupo armado no es la causa única del desplazamiento forzado en Colombia. Como lo manifestó el representante en el país del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos, hay que combatir las economías ilegales y generar oportunidades de desarrollo legales, sostenibles y sustentables para garantizar el pleno cumplimiento de los derechos humanos de los pobladores de las regiones que sufren, mayoritariamente, el conflicto.
Yeisully Tapias, quien fue reconocida ayer como Caldense del Año 2015, es una mujer víctima del desplazamiento forzado que trabaja en generar mejores condiciones de vida para otros jóvenes que también han sufrido el desplazamiento. Cuando se le pregunta a Yeisully por las motivaciones para realizar esas actividades responde: “no puedo aceptar que la gente viva en esas condiciones y no hacer nada al respecto, porque el día que los seres humanos dejamos de preocuparnos por el bienestar del otro, hemos perdido eso que nos diferencia de los demás animales.”
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