Pedro Felipe Hoyos Körbel


En 1906 el poeta Porfirio Barba Jacob escribió un bello poema con ese título. En estos versos la voz protagónica regresa a su lugar natal después de una larga ausencia y se llena de asombro: "Decidme: ¿Es esta granja la que fue de Ricard? ¿No estuvo recatada bajo frondas umbrías, no tuvo un naranjero, y un sauce y un palmar?". Todo había cambiado, lo que antes había estado lleno de vida y de cuidado bondadoso quedó destruido: "Decidme, ¿ha mucho tiempo que se arruinó el molino; y que perdió sus muros, su acequia, su pajar?". Esta voz que se va llenando de frustración no revela la razón de su ausencia, pero sí tiene que asumir que del entorno de sus años dorados no quedó nada. "El viejo huertecillo de perfumadas grutas, donde íbamos... donde iban los niños a jugar, ¿no tiene ahora nidos y pájaros y frutas? ¿Señora, y quién recoge los gajos del pomar?".
Comparo la situación y el mensaje del poema con Manizales y veo una dramática diferencia: nosotros que permanecemos en ella, no vivimos el contraste de la distancia, vemos a diario cómo desaparece la ciudad, vemos con qué es reemplazada, sí sufrimos la misma nostalgia y el profundo dolor de esa inexplicable pérdida.
Vi ayer la ruina de otra bella casa en bahareque de Los Agustinos (Carrera 20 Calle 15); sin techo y con las ventanas abiertas se veía la endeble y sencilla estructura de la centenaria construcción, tan elemental y básica como todas las cosas buenas de la vida. Su campesina anatomía, pudorosamente escondida tras ingeniosos cielorrasos y amarga cal, estaba expuesta a mi mirada. Me acordé del poema de Porfirio Barba Jacob escrito en la misma fecha que fue construido ese histórico barrio y entendí la parábola. La voz del poema seguramente dejó su hogar ilusionado con encontrar un mejor futuro, fatigado de sus logros alcanzados lejos de su lugar de origen, quiso echar una mirada atrás y se dio cuenta que mientras buscaba algo muy material perdió lo más espiritual, había cambiado lo económico por lo esencial. ¿Podría haber actuado diferente la voz que busca la granja de Ricard en el poema? ¿Me pregunto qué está pasando con el patrimonio, con la belleza de la ciudad? Belleza que el poeta traduce en cosas buenas simplemente cuando dice: "El agua de la acequia, brillante, fresca y pura, no pasa alegre y gárrula cantando su cantar". Y pregunta el poeta: "Señor, ¿no os hace falta su música cordial?" ¿Qué gana, que obtiene la ciudad por los cambios que se están llevando a cabo en ella? Crece la ciudad, con más viviendas, con más vías y no vemos que lo que realmente está creciendo es el caos y todo esto solo por dizque ver aumentar las cifras en unas estadísticas. ¿No es tiempo de mirar críticamente a Bogotá y hacer todo lo posible de no seguir sus nefastos pasos? El progreso, tan ponderado por los áulicos a sueldo de los grandes empresarios e inversionistas, obliga a remplazar nuestra bella arquitectura tradicional por feos cubos a los cuales sus constructores les dan el rimbombante nombre de viviendas.
Algún día alguien regresará y verá todo cambiado y destruido y todo el dinero ganado no le devolverá su salud porque un alma abrumada corroe el cuerpo que la alberga. Toda la ganancia y vanidad no lo exonerará de la culpa de haber destruido sin la actitud respetuosa ante el pasado y la entereza ante el futuro. Se destruyó sin haber pensado en los abuelos y se destruyó sin haber tenido en cuenta a los niños que el sabio Porfirio incluye en su poema cuando dice: "Dejadme entrar, señores... ¡por Dios! Si os importuno, este precioso niño me puede acompañar. ¿Dejáis que yo le bese sobre el cabello bruno, que enmarca entre caireles su frente angelical?". El error y el horror se dan porque toda la visión y fuerza estaba concentrada en las ganancias económicas inmediatas. Seguramente estos irresponsables se acordaran del poema de la Parábola del Retorno para confirmar que no la entendieron, o peor, que la entendieron tarde. Concluye el poema con una desesperada despedida. Con exclamación la voz protagónica se debe alejar porque había perdido el sitio donde supuestamente venía a recargar fuerzas: "Señora, buenos días; señor, muy buenos días, y adiós... Sí, es esta granja la que fue de Ricard, y éste es el viejo huerto de avenidas umbrías que tuvo un sauce, un roble, zuribios y pomar, y un pobre jardincillo de tréboles y acacias... ¡Señor, muy buenos días! ¡Señora, muchas gracias!"
P.D.: Es muy probable cuando este vitalísimo poeta estuvo en Manizales en los años treinta hubiera recorrido las calles de Los Agustinos que en esa época albergaba todavía una bulliciosa zona de tolerancia.
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