Jorge Raad


Millones de palabras e imágenes a través de radio, televisión y medios electrónicos se emplean para plantear las deficiencias y complejidades en las que está inmersa globalmente la sociedad, con énfasis en Latinoamérica. No hay sociedad perfecta, hay unas más desarrolladas que otras y algunas en vías de desarrollo, como se denominan inadecuadamente.
Todas las sociedades de seres humanos están sometidas a contingencias que hacen que la vida personal, familiar y colectiva tengan especiales connotaciones que las diferencian, con algunos elementos esenciales iguales por cuanto comparten las características del Homo sapiens sapiens.
Se repite una y otra vez que las obras de las personas son imperfectas, y algunos solo aceptan que pueden ser inarmónicas en pocas oportunidades, indicando la perfección innata de las acciones u omisiones, oportunas y adecuadas de los seres humanos.
Sea lo que fuere, muy pocos se atreven a hacer planteamientos serios que conduzcan a modificar para bien lo que se considera que debe ser cambiado. Otros denominan estas acciones como propositivas en el argot popular, y entran en éxtasis cuando platican ilimitadamente, sin un hilo conductor, pidiendo que se haga lo que no existe o se transforme lo que hay.
Pero el meollo del tema radica que aquellos que ven falencias en todas partes, a veces con razones que no son capaces de identificar, como sería lo adecuado. Deben hacer propuestas de la nueva visión para tener mejores obras realizadas por las personas.
Sin embargo, el cataclismo viene cuando se le pide al que no comparte ideas, obras o análisis, que identifique las estrategias para llegar a lo deseado, ya sea en el polo opuesto o ligeramente modificado. No hay poder que promueva que los críticos acérrimos diseñen los caminos para lograr el cambio, sin emplear la alevosía, aunque sí es permitida la premeditación bien encauzada.
Cuando todo es malo nada es pésimo. Entonces solo les queda a los que no comparten esas reiteradas posiciones de condena, hacer caso omiso de lo que provenga de quien no encuentra nada que destacar en forma positiva sobre las personas y sus obras.
Construir es un verbo que denota capacidad y se opone a destruir. Se pide a todos los seres humanos que elaboren tesis y obras que los beneficien. No se justifica la vida de las personas sin que ellas pretendan lograr el bien de los demás, a veces lo logran y otras no, en el discurrir normal de la existencia. No hay un solo ser humano que no tenga una pizca de bondad en algún recodo de su conciencia para algún ser u objeto.
Muchas personas se hipnotizan cuando aparecen el chisme; la crítica insondable, repetitiva e injusta; la denuncia porfiada; la queja marrullera; y todo aquello que agreda a otros seres humanos, pero no son capaces de establecer el principio de la duda ante todo lo que se dice de ellos e inclusive cuando son sus conocidos, para no pecar con la denominación de amigos.
No hay una propuesta personal, que sería lo mínimo, para desvirtuar lo errado que se ha expresado sobre otros u otro, a quienes tenía en buen concepto. Si lo aprecia, o tiene información de sus buenas cualidades, o no ha oído nunca de él, no hay derecho a condenarlo por simples argumentaciones, siendo la inmensa mayoría de ellas no válidas y se atienen solo a la conseja fácil, propiciada por mentes que están lejos de la tolerancia.
Ni los encumbrados ni los humildes son siempre veraces. La mejor proposición debe estar encaminada a guardar el derecho a la duda. Es una posición absolutamente ética en un país en donde a cada instante se destruye sin compasión por la verdad.
Para la destrucción no hay libertad absoluta. La construcción es un indicador de emancipación.
Nota 1: Para ser consecuente, la publicación mencionada en la anterior columna corresponde a The Scientist.
Nota 2: Bienvenidos todos los análisis que conduzcan a adoptar decisiones en favor de un Hospital o Clínica Universitaria.
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