Jorge Raad


Las ceremonias de grados revisten solemnidad por los compromisos de los graduados, quienes dedicarán lo mejor de sí en el cumplimiento de sus obligaciones ciudadanas y profesionales, de las instituciones educativas y de la sociedad, que refrendan el deber de exigir los mejores servicios y ser garantes del juramento que libremente expresa quien se gradúa.
El grado puede ser un buen momento, aunque no el ideal, para plantear hipótesis y argumentos sobre quienes comienzan una profesión.
Han circulado las palabras pronunciadas por el ministro de Salud, PhD, Alejandro Gaviria, durante la reciente ceremonia de graduación de los médicos de la Universidad de los Andes. Sus palabras merecen algunas consideraciones.
Indudablemente, su trayectoria académica y su rango en el poder ejecutivo de la Nación, le permiten indicar varias aportaciones a la futura vida de los médicos, independientemente de que sea un reconocido economista.
Expresó el orador: “Sembrar dudas debe ser el propósito principal de quienes aspiran (quisiera contarme entre ellos) a cultivar mentes”. No parece apropiado, lo que debe inculcársele a los médicos es el espíritu crítico. El médico no puede permanecer en estado de duda, pero tiene la obligación del análisis constante.
Continúa el ministro: “Existe una afinidad esencial entre médicos y economistas”. De acuerdo a sus consideraciones podría aceptarse en el sentido que finalmente él expresa: “Ambos lidiamos con sistemas abiertos y complejos que no entendemos cabalmente, el cuerpo humano y la economía. Ambos desconocemos muchos de los mecanismos esenciales de nuestro objeto de estudio. Ambos sabemos íntimamente que el ensayo y error es con frecuencia la única salida. Todos debemos, por lo tanto, evitar la pretensión del conocimiento y aceptar nuestra ignorancia”.
Tiene razón el ministro con respecto a la medicina, advirtiendo que la ignorancia es parcialmente diferente: “Con la economía el resultado de la Ley 100 de 1993 y sus modificaciones relacionadas”. El componente financiero sigue siendo el lastre. La evidencia ratificada con el pensamiento de un economista, no puede ser más funesta.
Continúa el doctor: “Quiero aventurar una hipótesis, una idea suelta: nuestros peores errores vienen no de la ignorancia o la falta de conocimiento, sino del exceso de confianza, la omisión de la complejidad y la negación de la incertidumbre”. Puede prestarse a discusión su afirmación, pero no se puede olvidar que los tres pilares del ejercicio médico son la diligencia, la prudencia y la pericia.
Avanza el disertante: “...quiero hacer un llamado al realismo consciente: los sistemas de salud son inherentemente complejos y las soluciones son necesariamente imperfectas”. Hay que discrepar de este concepto, porque sería muy fácil eludir responsabilidades. No solo la imperfección de la Ley 100 y siguientes es la causa de las muertes y discapacidades.
El exdecano de los Andes acota: “La salud como derecho fundamental tiene como consecuencia inmediata la complejidad administrativa. La democratización implica además congestión, listas de esperas e incluso racionamiento”. Hay que controvertirlo, aunque en la teoría ello es verdad, lamentablemente en la práctica no debe acontecer. El ejemplo de una buena administración es hacer fácil lo difícil.
El orador se hizo una pregunta respecto a los medicamentos muy costosos y hay que agregarle la tecnología de avanzada: “¿Deben ser pagados por los sistemas públicos de salud? Si la respuesta es sí, ¿cómo hacerlo sin llevarlos a la quiebra? Si la respuesta es no, ¿cómo hacerlo sin afectar los derechos fundamentales?” Hay una sola respuesta: El Estado debe ser el responsable.
Define parcialmente bien: “La economía y la sociología conspiran en contra de la gente. Pagamos por hacer y hacer y no brindamos el espacio propicio para una conversación franca sobre el final de la vida. El frenesí tecnológico parece arrastrarnos a todo”. Esto último es contundente.
Frases al aire: “Muchos problemas tienen una solución de baja tecnología, una simple conversación. Muchos problemas tienen, a su vez, una causa simple: la ausencia de esa conversación, del diálogo y la mirada compasiva…”.Tiene razón, pero: ¿Cómo apoyar irrestrictamente estas conductas y volverlas realidad indiscriminada?
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