Jorge Raad


Pasa el tiempo y la sociedad colombiana, que vive en donde llegan cotidianamente los medios masivos de comunicación, se ve sometida a una abrumadora información de todos los tópicos, pero esencialmente aquellos propiciadores de escándalos, verdaderos o falsos, dominantes temporalmente.
Ha pasado el 9 de abril y muy pocos conocen hechos reales, no la fantasía ni conservados sesgos suscitados con motivo del asesinato de Jorge Eliécer Gaitán. Los acontecimientos fueron dramáticos, como muchos otros de los acaecidos en Colombia antes y después de esa luctuosa fecha. ¿Dónde quedaron la masacre de junio de 1956, el Palacio de Justicia, el volcán Arenas, la embajada de República Dominicana y los reiterados exterminios? Así, se podrían recordar cientos de episodios que no deben olvidarse, aunque se clame por la verdad y el perdón.
El olvido es funesto, aunque se diga lo contrario. Por esto, los aconteceres de cada día parecen como si todo fuera nuevo. Hoy las familias y cercanos recuerdan los hechos en toda su intensidad, pero apenas son ejemplos. El anuncio de 87.000 desaparecidos en Colombia llevó al asombro con cada caso, pero ahora son olvidados, salvo que verdaderamente se comprenda el derecho que tienen a ser identificados y reparados. Sin embargo, las palabras y la desesperanza lo dominan todo.
Los recientes escándalos de los vehículos del Congreso están en el limbo entre lo legal y el embuste. Ello dejó de lado al primer impacto de los papeles de Panamá. Este episodio dejó atrás a los problemas de la Policía Nacional. La pésima y peyorativa información sobre esta fuerza dejó relegada a Isagén y a la refinería de Cartagena. Y así se suceden una y otra vez los eventos y el trato periodístico que desborda cualquier conducta de ecuanimidad. ¿Quién se acuerda de las pirámides? ¡Aah, las de Teotihuacán!
La sociedad se ha vuelto propensa a mantenerse inquieta cuando oyen, ven y leen desde las primeras horas del día hasta medianoche, los mismos términos. Una repetición de noticias sobre un hecho que pareciera la catástrofe, como si fuera lo último que seguramente, y así lo propalan, no podrá ser superado. Pero unas horas después aparece de nuevo algo que pretende ser lo máximo. El torbellino envuelve a la sociedad y no la deja pensar porque lo expresado y mostrado en un amanecer o durante el día, apabulla. Atrás quedó lo demás. El reino del Alzheimer.
Las noticias sosegadas se acabaron. Los espacios reflexivos son muy pocos y a veces son una batahola, en donde hay momentos en que no se entiende nada. La presencia en directo de personas, comentando lo nuevo, aún sin tener todos los elementos de juicio, no hace sino distorsionar los hechos y a veces incitar a reacciones desproporcionadas.
Paradójicamente, hay avidez por lo escandaloso llegando a producir conmociones que se han convertido en una especie de adicción. Es cierto la vida tranquila de una sociedad cada vez es más difícil de encontrar o una vez hallada no es duradera.
Cuánta falta hacen los verdaderos conductores de la sociedad que no busquen favores políticos, ni burocráticos, ni financieros. La voz de la Iglesia Católica y de otras, así no se compartan sus directrices, vienen a reemplazar en buena hora a los urgidos líderes sociales laicos en una sociedad con infinidad de problemas.
La academia, que debería ser la guía ideal de la sociedad colombiana, está ausente en buena parte y solo aparece en determinadas entidades o instituciones de educación superior. ¿Dónde están directivos y doctores? Responden al unísono: ¡Administrando e investigando! Que así sea.
Se ha repetido que el silencio de la academia es cómplice de muchas equivocaciones de la sociedad, y lo que es más pernicioso, se deja a la sociedad en una ignorancia inexcusable, por ello los escándalos encuentran un terreno fácil debido a la carencia de verdadero conocimiento que elimine la maraña de lo mediático.
Nota: ¿Una ciudad universitaria sin hospital o clínica universitaria?
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