Jorge Raad


El editorial del diario La República del 4 de noviembre trae un tema de interés general, tratado varias veces en esta columna. El documento se refiere, entre otras cosas, a la utilización del término doctor en el medio colombiano. La concepción del mismo tiene similitudes y disparidades cuando se utiliza en América Latina.
A nadie se le ocurre hoy referirse a varios insignes médicos como: Doctor Claudio Galeno; Doctor Hipócrates de Cos; Doctor Al Razi, Rhazes, insigne médico turco; Doctor Carlos J Finlay, el médico cubano líder en las investigaciones sobre fiebre amarilla; Doctor Edward Jenner, inventor de la vacuna contra la viruela. Ni tampoco podrían ser tratados simplemente: Félix Henao Toro, Ferry Aranzazu Mejía, Jorge Luis Vargas o Salomón Hakim.
Igualmente, existen los verdaderos y reconocidos, 35 doctores de la Iglesia Católica, uno de ellos el Doctor Angélico, Santo Tomás de Aquino, quien fue promovido en 1567. De tal manera que el término doctor no es reciente ni exclusivo de profesiones laicas.
Además, la Biblia Católica refiere bellamente la presencia de Jesús, niño, en el Templo en medio de los doctores, San Lucas 2:46, interpretados como sabios, ello se recuerda en pinturas como la de Alberto Durero.
El título de doctor en Colombia, en el sentido estricto de la ciencia, se le ha atribuido tradicionalmente al médico y por extensión se fue introduciendo a otras profesiones, cayendo en la terrible costumbre de llamar doctor, término que atiborró al país, a cualquier profesional, que aún sin serlo pero solo por demostración de respeto ha sido utilizado.
Con la implantación de la expresión doctor referida a Ph D, Philosophiae Doctor, desde 1860 en América, paulatinamente se desarrolla e implanta en Colombia, desde el siglo XX y con más énfasis en la actualidad, se entra en la órbita de estos estudios con su correspondiente título académico, siendo este el más elevado que se otorga en estos momentos.
De hacer estos estudios exclusivamente en el exterior se ha pasado a realizarlos en Colombia, con o sin cooperación interinstitucional con universidades del exterior del país.
Poco a poco en las universidades, más que en las empresas y en especial en la industria, los doctores van ocupando espacios al ser vinculados de primera vez o al enviar al personal de su planta docente a hacer estudios doctorales.
El problema fundamental no es la denominación, sino el trabajo que tienen que desarrollar los Ph.D para justificar su ubicación, salario, funciones administrativas, científicas, en tecnología o en arte, o en temáticas sociales y en la producción de cada doctorado en cantidad con calidad. Aquí en el manejo de todos debe estar el ojo de águila.
Lamentablemente, por normas del Ministerio de Educación y con el fin de equiparar títulos con los profesionales de otros países, en honor a la globalización, se adjudica oficialmente el título de licenciado, o simplemente de la profesión que han estudiado. como abogado, médico, ingeniero o enfermera. De nuevo, la denominación sería lo de menos, lo más estaría en las funciones de cada profesional, sobre todo en los médicos generales a quienes se les han recortado sus funciones para dejarlas a los especialistas.
Por ello, hay inmensos retrasos en la atención de los pacientes, ya que las Empresas Promotoras de Salud, EPS, y las Instituciones Prestadoras de Servicios de Salud, IPS, que no tienen todos los especialistas requeridos en los sitios en los cuales debieran estar han dificultado que el médico general actúe de manera autónoma, según su formación.
Lo grave es que la formación de los médicos generales se va limitando, y lo que es más triste, los pacientes se han acostumbrado, por esas limitantes, a solicitar por encima de cualquier consideración al médico especialista o supraespecialista.
Que le dejen los doctorados al Ph D, está bien. Pero el médico debe recuperar la expresión de origen latino MD. Si la usan, deben sentirse orgullosos de esta denominación por ser real y justa.
Nota: La eutanasia es un asunto serio intransferible.
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