Jorge Raad


Los colombianos están sometidos a la Constitución. Esta premisa se olvida con frecuencia por parte de quienes representan al Estado, por los mismos ciudadanos y por quienes encarnan temporalmente la dirección de las instituciones. Si los mandatos constitucionales y legales se cumplieran sin el menor menoscabo, el país podría ser un paraíso. ¡Una ilusión!
Sin embargo, la realidad de lo pasado, lo presente y seguramente en el futuro ello no ha sido ni será posible, aunque se trate por diferentes estrategias de llegar a ese jardín. ¿Por qué no es viable? Simplemente porque depende del ser humano y las imperfecciones de éste, impiden que se vuelva real la utopía planteada.
En medio de las dificultades, las personas tratan de cumplir con sus deberes y aspiran a que se les otorguen los derechos de que son titulares por el solo hecho de existir. Si al menos se dieran éstos mandatos, la vida sería distinta.
Por eso las obras del hombre tienen diferentes connotaciones y aunque siempre se trate de que sean buenas, no todas alcanzan esta valoración. Lo que se debe apreciar, así los resultados no sean óptimos, es el esfuerzo de quienes las hacen pensando y actuando en el camino del bien.
El médico está inmerso en la sociedad en donde presta sus servicios, bajo las diferentes modalidades que les otorga la profesión y las acepta la colectividad, partiendo de un principio inconmutable para los médicos, que se ha repetido billones de veces: Primun non nocere -primero no hacer daño-.
Ejercer la medicina implica asumir responsabilidades que son inherentes a la profesión cuando actúa frente a otros congéneres. Si labora en áreas lejos de actividad médica deberá ser valorado y juzgado frente a las normas de esas diferentes acciones, pero no deberá eludir el espíritu que le otorgó el Juramento Hipocrático y el cual aceptó voluntariamente.
El médico no puede asegurar resultados perfectos y en concordancia con lo planeado, aunque existan legalmente algunas excepciones. Tampoco puede hacer todo lo que se le pida, hay limitaciones que el mismo médico y la sociedad deben entender y no ir más allá, salvo en los casos que permita la ley. Si ello se presenta, la valoración de las actuaciones del médico es diferente.
La medicina no es una profesión peligrosa, así lo reconocen y lo difunden maestros de reconocida prestancia, de eso debe estar absolutamente segura la sociedad, sin resquicio de duda, y es responsabilidad de los médicos demostrar fehacientemente la veracidad de la premisa y están en mora de hacerlo con contundencia.
El médico recibe formación y se capacita en todas las acciones que le son propias para hacer el bien.
Toda obra humana desencadena riesgos, mayores o menores; muchos o pocos. Cada quien puede analizar esta afirmación en medio de su intimidad con su conciencia y franqueza. Saber los riesgos o ignorarlos conduce a situaciones diametralmente opuestas.
Por lo anterior, el médico; los pacientes y sus familias; la sociedad; y quienes representan al Estado y las instituciones, deben saber que se enfrentan riesgos en el ejercicio de la medicina, de lo cual no hay duda.
Cada caso es diferente y médico y paciente deben reconocer las limitaciones del acto médico, las responsabilidades de cada quien y las dificultades a las cuales se enfrentan y deben actuar de buena fe.
Lo extraordinario o lo imprevisible está fuera de consideración, ya que no puede calcularse, porque lo contrario significaría entrar en la esfera de las probabilidades, que oscilan generalmente entre 0,00001% y 99,999%.
Hay que enfatizar que el médico no es un profesional peligroso. ¡Ni pensarlo! Es cierto que se puede equivocar, aún actuando con pericia. La diligencia y la prudencia no están en discusión.
Para finalizar, existen riesgos que van desde la decisión de la procreación hasta la muerte de la persona. ¡Y a ellos no se puede escapar nadie!
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