Jorge Raad


Los mayores de 45 años se acuerdan de las temidas cajas metálicas, con sus jeringas de cristal y agujas reutilizables, sin adecuada esterilización, que era transportada y usada por quienes aplicaban inyecciones, a lo largo y ancho de las zonas urbanas y rurales. Se desconocía el riesgo. El dolor era lo de menos, lo fundamental era la posibilidad de la transmisión en aquella época de al menos hepatitis.
También en algunas farmacias y similares existía en la trastienda un sitio para hervir (?) los instrumentos, incluyendo el cofre rico en virus. ¡Enemigos sueltos sin control, la infección al alcance de todos! Afortunadamente llegaron y se impusieron los elementos médicos desechables, útiles en la prevención de muchas otras enfermedades.
Hace 130 años, A. Lürman publicó la existencia de un brote epidémico de una enfermedad que ya era conocida entre los pueblos. Posteriormente Saúl Krugman, 1962, describió perfectamente dos clases de hepatitis. La Organización Mundial de la Salud -OMS 1973-, en consideración a un trabajo de F.O. MacCallum, 1947, las denominó A y B. Luego aparecieron otras hepatitis, comenzando la denominación técnica de hepatitis ni A ni B. Cuando se han descubierto nuevos agentes causales de hepatitis viral se marcan con letras y así han sido denominadas C, D, E, G y hay otras candidatas.
La Hepatitis A era súbita, mejor tolerada y era un padecimiento leve, después de un período de incubación clínico, infección-enfermedad, de máximo 50 días. No se volvía crónica y la mortalidad casi nula. La B, con un inicio paulatino hasta llegar a un cuadro clínico severo, luego de varias semanas o meses de incubación clínica, se volvía crónica y la mortalidad era importante.
Por las condiciones epidemiológicas de la transmisión del padecimiento, a la B se le denominó inicialmente sérica, lo que sigue siendo válido, porque intervenían las agujas en la diseminación entre la población. La otra, A, denominada primariamente como infecciosa, porque se transmitía, y aún lo hace, a través de alimentos, agua o directamente por contacto con las heces de los portadores o de los enfermos.
La C se comporta casi igual a la B. La D, denominada hepatitis fulminante, con un elevado porcentaje de mortalidad y de la cual se han detectado episodios epidémicos en la Sierra Nevada de Santa Marta.
Todas tienen la posibilidad de ser asintomáticas, sin evidencia clínica, por lo tanto se supone un riesgo superior en la cadena epidemiológica.
A todo lo anterior se reconoce en la actualidad que los virus B y C pueden llegar hasta la cirrosis o desencadenan cáncer de hígado, enfermedades que llevan a estados morbosos muy severos que terminan con la muerte del paciente.
La Organización Mundial de la Salud, OMS, ha definido que hoy 28 de julio se celebre en todo el orbe, el día contra la hepatitis.
¡Tiene Buenamoza! nombre popular. Grito de guerra que producía pánico en los hogares, debido al manejo estricto y hoy considerado absurdo, de los pacientes con hepatitis que incluía el manejo independiente de cubiertos, vajilla, ropa de cama y objetos personales, los cuales eran desechados al final de la enfermedad. Al enfermo lo llevaban al ostracismo en la casa, hasta que se aliviara o muriera.
Todavía la hepatitis es una enfermedad que produce importantes cifras que merecen la atención de las autoridades sanitarias y de las personas que tienen la responsabilidad de evitar en lo posible el padecimiento. En la actualidad mueren 1,45 millones de personas por hepatitis; 2 millones adquieren la B y C, por inyectables -incluyendo sangre sin control- y el 81% de los niños del planeta están protegidos con vacuna (A y B).
Las hepatitis A, B y C están en vías de erradicación cuando además se controlen las otras vías de transmisión como la sexual y la materna.
De la combinación de la obligación del Estado y el interés efectivo de las personas, los pueblos podrán vanagloriarse de considerar a la hepatitis como un hecho del pasado, recordando a lo sucedido con la poliomielitis paralítica en el mundo occidental.
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