Jorge Raad


Hay personas que dejan una gran estela, la cual comienza con el solo hecho de vivir y discurrir diariamente en el cumplimiento de sus deberes que pueden acompañarse de los logros producto de sus sueños.
Cuando los seres humanos han reflexionado permanentemente sobre sus vidas, van adquiriendo un valor agregado que se hace al menos presente en su intención de hacer cada vez mejor las cosas, en primer lugar para su tranquilidad de conciencia y en segundo para satisfacer y cumplir a cabalidad con los compromisos, ya sea autónomamente o por solicitud de otros que creen en sus cualidades y capacidades.
La eterna separación entre personas, buenas o malas, no puede ser aplicada indiscriminada y sesgadamente por otros seres que pueden compartir los mismos intereses de quienes han sido calificados. Todos los humanos tienen derecho a ser evaluados bajo premisas flexibles, que no impliquen agresión a terceros ni comprometan las instituciones.
En el sentido humano de la existencia, no hay personas absolutamente malas -sus acciones podrían serlo e incluso bajo el deterioro de la enfermedad mental- pero sí las hay totalmente buenas. En ambos casos, observadas y analizadas con un criterio eminentemente humanitario.
En Colombia han existido, o existen, personas que dejan profundas huellas con el transcurrir de sus vidas. En todo el país existen evidentes ejemplos de ello. Unos reconocidos y otros que discretamente han vivido al tenor de una existencia satisfactoria para ellos, para sus familias, para el entorno de quienes reciben los beneficios producto de sus obras.
El fallecimiento en octubre de un hombre íntegro como fue el maestro Hernando Groot Liévano, debe servir para revisar lo que la sociedad puede esperar de una persona que se dedica a laborar en bien de ella y para lo cual la misma comunidad participa a través de sus impuestos; como objeto de sus investigaciones y el análisis con la aceptación o rechazo de ellas; además, del reconocimiento de sus actividades.
La figura de Hernando Groot llenó muchos espacios que le fueron entrañables donde le reconocieron sus virtudes, y quizá amable y discretamente le toleraron sus mandatos estrictos, producto de una inmensa fortaleza interior que exigía el máximo rendimiento a sí mismo y a quienes lo acompañaban en cada una de sus misiones, que iban desde las científicas y administrativas en el Instituto Nacional de Salud hasta el desempeño de la Magistratura en el Tribunal Nacional de Ética Médica, su sitial en la Academia Nacional de Medicina, su cátedra, la coautoría de textos y artículos de carácter académico, la cátedra universitaria, las acciones de asesoría y así infinidad de actividades que se vieron beneficiadas por su mente escrutadora en actitud ética permanente.
Hernando Groot, fue un investigador nato. Su espíritu inquisidor le facilitaba desprenderse de la credibilidad, propia de algunos falsos investigadores, frente a resultados que hipotéticamente eran ciertos o incorrectos.
Hasta que no razonaba profundamente sobre lo presentado o publicado, desde el título hasta las referencias anotadas, no emitía su veredicto final, que muy raras veces y previas discusiones serias y muy bien argumentadas, aceptaba una modificación a su evaluación.
No tenía inconveniente en dirigir de acuerdo a sus largas e intensas vivencias como investigador raso. Fue un hombre devoto de la investigación básica en el terreno, urbano y rural, y en el laboratorio, no de escritorio como muchos que ahora llenan páginas y páginas o se hacen incluir indecentemente como autores.
Podría un superior, subalterno, coinvestigador o coautor, no estar de acuerdo con el doctor Hernando Groot, pero tenía la seguridad de que el maestro era franco, miraba directo y expresaba sus ideas en un idioma sin ambages que no daba lugar a malas interpretaciones.
Supo siempre conservar su lugar, dueño de una memoria prodigiosa y amigo insustituible, que decía a tiempo lo que debía decir. También era comprensivo con quienes no trataban de engatusar, aún estuvieran equivocados.
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