Jorge Raad


Los columnistas tienen la libertad, según el medio, de expresar lo que les parezca sin mayor retroalimentación, aún no todo sea del interés o compartir de los editores. Acontece igual con los lectores, oyentes o telespectadores.
Temas ligados son: la contribución mediante la aceptabilidad, no medida en porcentaje, del público y la sinceridad variable de quienes utilizan éstos mecanismos para expresar sus ideas, propuestas o críticas, quienes tienen diversos intereses, los cuales en muchos casos son del fuero interno.
Compartir o controvertir públicamente es una función de quien tiene el conocimiento, la experiencia y la entereza de expresarse, sobre tópicos que son de su dominio. Hay otros, que teniendo una intensa vida de reflexión, no emiten palabras o expresan gestos, a ello tienen pleno derecho, siempre y cuando sus labores no hayan sido encomendadas por la sociedad, como los académicos, los legisladores, los gobernantes, los directivos de entidades estatales y todo aquel que tenga la autoridad para comunicar y aportar con fines educativos, normativos o simplemente de difusión. El silencio de ellos es pecaminoso.
Un importante artículo de Soledad Gallego-Díaz, fue publicado por el País de Madrid, el pasado sábado. Lo tituló: Menos días históricos, más debates. Comienza por la definición de normalidad, término suficientemente aclarado desde hace varios años en medicina y muy especialmente cuando se cambió la frase valor normal por valor de referencia, con respecto a los resultados de estudios del laboratorio clínico, jamás por impropio y absurdo la etiqueta de paraclínicos.
La columnista indicó y ratificó, acertadamente, que todos los seres humanos son muestras de excepciones. Más adelante y resaltado expresó: En política, normalidad es un concepto vinculado a la existencia de mecanismos institucionales, racionales y consensuados. Mejor, imposible. La periodista hace unos planteamientos políticos españoles que no son del caso mencionar aquí.
Pero si es importante retomar la pésima costumbre de designar como histórico todo lo que la sociedad olvida y acontece de nuevo. Hay que estar de acuerdo con ella, hay un exceso, y Colombia no es la excepción, de posiciones y celebraciones históricas(?) sin una validez real u objetiva.
La esencia del escrito radica en la necesidad de debatir antes que marcar o inducir hacía un fin predeterminado, las posiciones de los implicados en el logro de objetivos sensibles a la comunidad, en Colombia hay verdaderos y encopetados brujos. Hay que anotar que el pueblo por muy agotado que esté con la temática tiene derecho a conocer de verdaderos debates y no simples interrogatorios con respuestas desarticuladas y medio mendaces
Recuerda a Adolfo Suárez González, el político que hizo posible la transición entre el franquismo y el regreso a la democracia incluyendo la estabilidad de la Casa Real, con dos anotaciones que son de un inmenso valor como ejemplo, lo cual también es aplicable a la situación actual de Colombia. Expresaba Suárez el 10 de septiembre de 1976, día del cambio: Hoy, decía, es un día más en la política española…. Y agrega la escritora recordando al conciliador hombre de principios: Quienes creemos que el lenguaje es supremo don de la Humanidad, vemos en el constante dialogo, que sustituye la contienda por el debate, que supera la discrepancia por el acuerdo, la más alta forma de vida política.
Lo dicho por Adolfo Suárez es tan vigente en Colombia ayer como siempre. Los desafueros verbales, gestuales y físicos, no pueden ser las guías de la tolerancia y consenso.
Cuando debatir se ha convertido en monólogos para propios convencimientos y directrices hacía los demás, sin esperar que se apruebe o controvierta con argumentos sólidos, vienen estas frases de Adolfo Suárez, dichas en un momento de esperanza de un lado y del otro nostalgia por lo que se estaba modificando en la vida nacional pero necesario para que los españoles pudieran convivir sin la tutela de la autoridad absoluta.
Nota: La sordera, la terquedad, la insensibilidad, el conformismo, la incapacidad, el temor, la ignorancia y otras cualidades no pueden ser las talanqueras de la sociedad para que Manizales tenga un Centro Universitario de atención en salud.
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