Hace algunos días supe de una llamada que hizo un inmigrante colombiano que ahora tiene familia Venezolana. Lo hizo desde un local de la ciudad de Barinas. La razón de su comunicación fue un desahogo por culpa de la frustración que le generan los románticos del poder y viciosos por micrófonos amenazantes. Su hija menor estaba enferma. No completa dos años de vida aún y necesita seguimiento médico como es común a esa edad. Sin embargo, los medicamentos de los que urgía para contrarrestar una leve recaída estaban agotados. Tampoco había forma de recurrir a otros, por lo que la solución se basó en paliativos. Lo peor es que no es un caso aislado; es la nueva constante en Venezuela.
Ya no merece llamarse chavismo al movimiento político que ahora encabeza Nicolás Maduro. Es un desastre totalmente distinto, aunque tenga el mismo cauce. Pero aún no existe calificativo para determinar la clase de fiasco social y político que tiene a su responsabilidad Maduro Moros. Un intolerante de la oposición, amante de la represión y delator de la más fina de las ignorancias tiene al país petrolero de América del Sur convertido en una auténtica bomba de tiempo. Y semejante cosa acontece en la puerta del vecino.
La semana pasada, de la nada, Maduro autorizó el uso de armas de fuego para dispersar protestas y marchas. Pareciese que la guerra de micrófonos ya se quedó corta. El miedo ha silenciado paulatinamente los periódicos y quienes aún los tienen bajo su título no quieren perder lo único que todavía les pertenece. El precio del petróleo se desploma sin explicación convincente aún cuando la producción venezolana alcanza sus peores números en décadas. Todo cae como dominó, menos el pernicioso gobierno de Maduro.
A menos de un mes de otro aniversario del anuncio público de la muerte de Hugo Chávez se calientan de nuevo los ánimos y con ello el afinamiento de las tácticas represoras. No solo porque casi todos los indicadores económicos y sociales están en zona de pánico, sino que también la falta de sensatez del gobierno de Venezuela raya con la insolencia de creer bruto e ignorante al pueblo elector. El silencio y el castigo.
Insisto: no queda más que sentir temor de los funcionarios de un Estado que usan las plataformas mediáticas para impartir miedo y amenazas a diestra y siniestra, mientras usan coloridas ropas con los colores de la bandera, las luces en su cara y un fondo negro. Habla el uno, habla el otro. Hablan todos. Nadie escucha. Nadie entiende. No hay producción. Escasea el dinero y el que queda solo sirve para comprar unos cuantos paquetes de pura inflación.
El uso de este sitio web implica la aceptación de los Términos y Condiciones y Políticas de privacidad de LA PATRIA S.A.
Todos los Derechos Reservados D.R.A. Prohibida su reproducción total o parcial, así como su traducción a cualquier idioma sin la autorización escrita de su titular. Reproduction in whole or in part, or translation without written permission is prohibited. All rights reserved 2015