Luis F. Molina


Juzgar el libro por la portada suele ser una de esas prevenciones morales que amparan la improvisación de nuestros códigos filosóficos. Lo que a nuestras vistas no se acomoda, tampoco lo hará de pensamiento. O eso creemos, en un principio, hasta que entender todo era distinto a las apariencias, aunque ellas expresaran la esencia de su génesis.
Debo decir que lo anterior me ocurrió la primera vez que supe de la existencia administrativa de Juan Evo Morales Ayma. Todavía desconfío de él. A la luz de la justificación de los fines a partir de los medios, Evo Morales bien puede ser el salvador de un caído Estado Plurinacional de Bolivia. Pero todo esto ha llevado un costo porque es apenas natural que el beneficio neto de algunos pueda ser la desigualdad de muchos otros. Factiblemente esa sea la razón por la cual el pasado domingo se cerró nuevamente la puerta a un cambio democrático que quizás Bolivia necesite para aprovechar las reformas que Evo Morales ha ejecutado durante sus mandatos.
Su tercera elección consecutiva a la Presidencia de Bolivia le garantizará 14 años al frente del poder ejecutivo de ese país. 14 años de la misma filosofía, sin política de renovación, de tensión e intranquilidad con el vecindario. Y es que el miedo no radica en todas las barbaridades que pueda cometer Morales desde el Palacio Quemado, sino en que se perpetúe en el poder vendiendo los mismos sofismas que aprendió de Cuba y Venezuela y con los cuales pretende liberar a toda América…
Los logros de Evo son aquellos que la burguesía boliviana jamás logró, en gran parte gracias a la amplia veeduría indígena, la misma que evitó desfalcos y poner el país en alquiler a las multinacionales de hidrocarburos. Durante los dos primeros periodos presidenciales de Morales, el PIB de Bolivia pasó de 9.474 millones de dólares a casi 36 mil millones de dólares. Eso sí, Evo está en contra del capitalismo salvaje y de la tiranía del dinero y las finanzas.
Pero sus logros en la reforma agraria, en educación y alfabetización, en disminución de la pobreza y aumento de reservas monetarias, se ven empañadas por un gran pecado: abarcarlo todo. Los tentáculos del ejecutivo de Evo llegan a la justicia y al legislativo. Sin embargo, ya no tendrá la tarea fácil, como sí la fue en un principio, pues el Congreso boliviano ahora pertenece a la oposición.
Evo, quien osadamente ha retado la genética a través del consumo de pollo, entra en la senda del romanticismo y el poder, de un apego que posiblemente, y en algunos años, termine por ponerle en contra todas las bondades de sus primeros años. Así es la política de la hegemonía y el poder absoluto.
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La crisis del Ébola nos hace entender que los recortes monetarios de los gobiernos en ciencia sí pasan un precio, y muy alto. Ya habría vacuna… si hubiera recursos.
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