Hay quienes dicen que la esperanza suele vencer el miedo. Y es que, en verdad, no hay como quitarse esos prejuicios que lo fundamentan para conocer en esencia de qué se trata la existencia. No obstante, el camino más fácil está cimentado en temores y aparentes garantías que arroja la aversión al riesgo. Es por ello que en la política - particularmente durante las elecciones - se explota el factor miedo como generador de cambio, votos y apoyo.
Fue precisamente esa zozobra lo que mejor logra describir lo ocurrido la semana pasada después de las elecciones de medio término ejecutivo en Estados Unidos. El Partido Republicano (GOP) tomó el control del Congreso bicameral estadounidense, desbaratando las escasas opciones para que el presidente, Barack H. Obama, pueda proponer cambios en su país y que estos reciban el aval tanto de la Cámara de Representantes como del Senado.
Los motivos para que el GOP haya explotado todas las amenazas que combate Estados Unidos a diario van más allá de la guerra política entre republicanos y demócratas por la reforma sanitaria propuesta por Obama, aprobada por el Congreso, declarada constitucional por la Corte Suprema, y demandada, en principio, por 28 Estados. También trascienden el miedo infundido por el grupo extremista Estado Islámico y por el creciente —y repentinamente— disipado malestar por el Ébola en ese país.
La herramienta con la que el GOP se llevó el triunfo electoral la semana pasada está en el rechazo ante el constante endeudamiento interno de Estados Unidos, liderado por los derroches y las ayudas económicas forzadas por Obama para sacar a su nación del hueco fiscal. Ése es uno de los mayores temores vendido por los republicanos: sus hijos y sus nietos pagarán los errores de las generaciones al mando. Para ellos, hay que detener cómo sea la situación, así no sea posible.
Es claro que a Obama no lo han dejado gobernar. Desde que comenzó su discurso de esperanza sólo ha encontrado motivos para perder la fe. El Congreso varias veces ha amenazado con un cierre del gobierno y hasta la figura del veto presidencial ha entrado en discusión para reflejar el control del Comandante en jefe. Casi todas las iniciativas con las que pueda llegar Obama al Discurso del Estado de la Unión son y serán rediseñadas por las limitaciones impuestas por la Ley de Control de Presupuesto aprobada hace un par de años.
El otro peligro que se asoma ahora, implícito dentro del desastre de los demócratas, está en la sumisión exclusiva a iniciativas republicanas que durante las más recientes dos décadas han producido más controversias que soluciones. Y, aunque en el papel haya un pretendido balance de poder, la situación es una batalla perdida para Barack Obama.
Es claro: el Presidente de Estados Unidos bien puede ser la persona más poderosa del mundo, pero solo cuando se lo permiten.
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