Salió como una gran novedad en algunos diarios del mundo que China pasaría a finales de este año a ser la primera potencia del mundo, sobrepasando la posición que Estados Unidos ha sostenido irregularmente desde 1872, cuando superó la producción del Reino Unido.
La República Popular China se adelantó cinco años a los pronósticos que daban esta transición para el 2019. Sin embargo, vale la pena preguntarse si China es el nuevo líder que el mundo necesita. Lo anterior no significa que el mundo tenga un buen o mal liderazgo de EE.UU., pero las dinámicas sociales del gigante asiático posiblemente sean la piedra con la que puedan tropezar.
El híbrido socioeconómico de China es un factor que hay que mirar desde los ojos de la duda, pues las verdaderas consecuencias no son plenamente claras. En 1978, luego de las reformas económicas de Deng Xiaoping, el crecimiento de China comenzó a presagiar décadas de prosperidad después de que permitiera una liberación política para la inversión extranjera. Luego implementaron reformas bancarias que dieron pie a la ampliación de la actividad bursátil, eso sí, bajo el nombre único de un país con principios comunistas.Por su sobrepoblación, varias industrias crecieron gracias al pago de bajos salarios, lo que a la postre ayudó a que China se convirtiera en potencia industrial de Asia. Esto llevó a que millones de chinos abandonaran el campo y poblaran nuevas ciudades, levantando así la producción
industrial y el PIB. Además, millones consiguieron nuevos estándares para vivir y los niveles de pobreza se redujeron significativamente.
Por las razones anteriores, la economía de los chinos saltó la británica en el 2005, la alemana en el 2009 y la japonesa en el 2010, ubicándose únicamente detrás de EE.UU. en el escalafón de las potencias económicas.
No obstante, el primer enemigo de China está dentro de la misma nación. Luego de la crisis económica del 2008, China no logró ajustarse al nivel reducido de producción, después de que las exportaciones se hundieran. Por eso, en noviembre de ese mismo año, el gobierno central lanzó un programa de estímulo económico de 568 mil millones de dólares que buscaba la inversión en infraestructura pública. Pero la inflación comenzó a aumentar dada la alta cantidad
de dinero en el mercado y la poca utilidad de sus recursos. Sin embargo, la dinámica china ya llegó a niveles tan altos, que no permitieron una reducción en el ritmo de consumo. Por eso, vientos de burbujas económicas soplan sobre la muy admirada economía de este gigante. Los fenómenos de la construcción en este país llegan a niveles históricos que ni siquiera se registraron en los mejores años de la economía mundial. Existen varias razones para que creer que el boom chino no es tan bueno como parece, a pesar de sus números de crecimiento que hacen que algunas naciones occidentales se quemen en su propia envidia. Es más, el 60% de los chinos más ricos buscan abandonar el país porque no encuentran confianza a largo plazo, pues los índices de inequidad han crecido a la par de sus envidiables guarismos económicos, lo que hace temer por una sublevación de la fuerza de los trabajadores chinos.
Una de sus ventajas, la de tener muchos empleados a bajos costos, puede convertirse luego en un dolor de cabeza a la hora de competir con países como Indonesia o Filipinas, que están dispuestos a poner tantos trabajadores por el mismo dinero, pero con mejor calidad en sus productos.
Lo que no es claro ahora es la duración de la burbuja china y si esta explotará antes de que logre llegar al trono de la economía mundial. Un eventual colapso chino derivaría en la caída de otras tantas fórmulas que han mezclado salvajes políticas sociales con novedosas propuestas financieras que a la larga terminan por debilitarse.
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