Leí, ¡por fin!, el libro El olvido que seremos, de Héctor Abad Faciolince. No es mi intención hablar sobre él, pues ya muchos –más autorizados que yo– lo hicieron, dándole el valor que sin ninguna duda posee. Como el autor es un redactor castizo y realmente bueno, es tarea infructuosa buscarle descuidos gramaticales, aunque, la verdad sea dicha, no lo leí con ese propósito, lo que sí hago con otros escritores de moda. Lo único que me llamó la atención fue el para mí equivocado empleo del participio pasivo ‘despavorido’ en la siguiente frase: "…y la subieron a una ambulancia que salió despavorida hacia el centro de Medellín" (Alfaguara, primera edición, pág. 196). Narra el escritor, de dieciocho años en la época correspondiente, un accidente causado por su incuria en el manejo del Renault 4 amarillo "de la casa", víctima del cual fue "doña Betsabé". Ni siquiera, me parece, en sentido figurado es tolerable dicho participio, pues éste significa ‘lleno de pavor’, y tiene como sinónimos ‘asustado, aterrorizado, espantado, atemorizado’. En circunstancias parecidas, en las que la velocidad del vehículo acorta distancias y tiempo, los términos que se empleen para expresarla deben ser los adecuados, por ejemplo, ‘acelerado, rápido, apresurado, veloz’ (o sus respectivos adverbios), y, si se desea poéticamente, ‘raudo, desalado’. Para estos casos, el pueblo tiene locuciones muy expresivas, como ‘a mil, a toda, disparado’ y otras no apropiadas para un escrito de esta naturaleza. Nota: El verbo ‘despavorir’ (‘sentir pavor’) es defectivo, pero prácticamente de él sólo se usa el participio anotado. De hecho, el diccionario de la Academia de la Lengua lo borró de su vigésima segunda edición (2001).

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El ‘nicho’ es un ‘nicho’, nada más, en otras palabras, un hueco, una oquedad, una concavidad, un hoyo, una sepultura, una fosa. La Academia de la Lengua lo define así: "Concavidad en el espesor de un muro, para colocar en ella una estatua, un jarrón u otra cosa". Y, añado, un ataúd ocupado, como las ‘bóvedas’ de los tétricos cementerios pueblerinos. No obstante lo anterior, el editorialista del diario de Caldas estira el caucho para darle otra acepción. Dice: "…y es viable porque el mundo demanda café de otras calidades que les podrían dejar márgenes interesantes a los cultivadores que se dediquen a ese nicho" (25/10/2014). ¿No sería mejor, en este caso, ‘especialidad’? O ‘línea’, como llaman los comerciantes a los mismos productos pero con características especiales. Además, eso de ‘dedicarse a un nicho’… quizás ‘meterse en uno’…

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El columnista Ricardo Silva Romero expresó su idea de la siguiente guisa: "Y de eso se trata el proceso en el que estamos: de que sea claro que nos cansamos de "los vivos", de que este reguero de avivatos sea capaz de cumplir la ley como cualquier pendejo de ahora en adelante" (El Tiempo, 24/10/2014). La idea es buena, pero no su expresión, que tiene que ser la siguiente: "Y en eso consiste el proceso en el que estamos: que sea claro (…), que este reguero de avivatos…". Aun escritores curtidos y de mucho prestigio olvidan que el verbo ‘tratarse de’ no lleva sujeto. Nunca. Jamás.

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Para el Coreo abierto de LA PATRIA escribió el señor Fernando García Cuartas: "Eso nos hace la única criatura en el planeta (…) en haber salido de nuestro planeta-hogar por motu propio". De dos yemas, este gazapo. En efecto, la locución latina (asentada por la Academia de la Lengua en su diccionario desde hace mucho tiempo) se escribe ‘motu proprio’ (voluntariamente) y no pide ninguna preposición, pues, como dice Jacinto Cruz de Elejalde, la tiene incorporada, como otras del mismo idioma. La traducción literal de esta locución es ‘con movimiento propio’, más elásticamente, ‘por impulso propio’, de aquí el significado con que la usamos.