Martha Ordóñez


Sin duda, estamos haciendo historia, somos testigos y a la vez protagonistas de este momento fundamental para la construcción de un nuevo país. Es real, este largo conflicto no podía acabarse con más guerra. Estamos caminando hacia un nuevo destino libre de violencia, estamos mostrando a las nuevas generaciones que la mejor salida a un conflicto siempre debe ser el diálogo. Estamos reafirmando tras este proceso de paz, que nuestro futuro no seguirá marcado por el odio o la venganza.
A lo largo de estos 50 años, como sociedad de alguna forma nos fuimos acostumbrando a la guerra, sin embargo, con valentía y resistencia, emergieron desde diferentes territorios del país, las voces que narraban sus horrores y nos alertaban de una verdad dolorosa y que no podía seguir oculta.
Fueron muchos de estos relatos sobre la guerra que vivía el país, los que nos permitieron centrar la mirada en las mujeres y los efectos sobre sus vidas, sus cuerpos y destinos. También sirvió para reconocer su papel fundamental; en primer lugar porque es un criterio necesario para el fortalecimiento de la democracia, en segundo lugar, porque desde los procesos organizativos y colectivos las mujeres han desarrollado propuestas en torno a la justicia, la memoria, la reconciliación y el restablecimiento del tejido social, no por ello es una tarea exclusiva y más si creemos en que otra sociedad es posible, este camino es una responsabilidad compartida.
El camino hacia la paz no es fácil, acarrea responsabilidades y como sociedad estamos llamados a romper con el ciclo histórico de la violencia. En conjunto como sociedad, debemos asumir para nuestra vida cotidiana, social o política el pacto por el valor de la vida, el respeto a la pluralidad y a la diferencia. Debemos en nuestras familias contribuir a la formación de hombres y mujeres libres de patrones de comportamientos violentos como medio de relacionamiento. Una acción concreta, romper con los ejercicios de violencia y dominación que se ejercen contra las niñas, niños y mujeres.
Debemos desde nuestros contextos cotidianos reconocer a las y a los otros como sujetos de derechos, y a nosotros mismos como seres con capacidad de escucha y reflexión, que ve en el disenso la más poderosa herramienta para fortalecer la democracia.
Estamos llamados a transformarnos profundamente como sociedad y a construir ese país que soñamos.
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Debemos en nuestras familias contribuir a la formación de hombres y mujeres libres de patrones de comportamientos violentos como medio de relacionamiento.
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