Los ojos del mundo se encuentran enfocados en este momento en los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro. Lamentablemente, esto también atrae las miradas inescrupulosas e indeseadas del terrorismo, pues este tipo de eventos son el blanco perfecto para un ataque. A pesar de las medidas de seguridad y la rápida acción que han demostrado las autoridades brasileras para evitar posibles atentados, los ataques terroristas por su naturaleza, pueden llegar a ser impredecibles. Por este motivo, existe el sentimiento general de que el mundo se encuentra aguantando la respiración a la espera de un ataque en cualquier momento.
El problema del terrorismo es profundamente complejo. Sin embargo, es claro que un ataque terrorista tiene como objetivo principal difundir masivamente un mensaje utilizando el miedo como la herramienta más eficaz. Teniendo esto en cuenta, resulta interesante recordar el caso de los Juegos Olímpicos de Munich de 1972 donde los asesinatos de los deportistas israelíes por parte de una célula terrorista vinculada a la OLP (Organización para la Liberación Palestina) buscaban la liberación de prisioneros de guerra en Israel y visibilizar el conflicto palestino israelí. Igualmente, en 1996, Eric Rudolph detonó una bomba en los Juegos Olímpicos de Atlanta para protestar en contra de las ideas liberales que trae la globalización a través de la multiculturalidad de las olimpiadas.
Actualmente, el mundo ha sufrido una ola de ataques terroristas sin precedentes. No obstante, las explicaciones para estos ataques (París, Bélgica, Orlando, Niza etc.) suelen ser las mismas: el fundamentalismo religioso y la intolerancia. Sin embargo, estas explicaciones se quedan cortas pues se encargan de simplificar un problema que es mucho más complejo: la situación política de Medio Oriente. Por lo tanto, resulta necesario expandir el espectro del debate de las explicaciones del terrorismo reciente y de esa forma descifrar los motivos de estos ataques.
Una teoría política que pretende ampliar el debate acerca de las causas del terrorismo nace de la tesis del libro La paz perpetua, del filósofo alemán Immanuel Kant, que defiende la idea de que las democracias son adversas a la guerra. El principal argumento para sustentar esta idea es que los ciudadanos no desean ir a morir al campo de batalla por el capricho de sus gobernantes y mucho menos que se les aumenten los impuestos por razones bélicas. Aunque esta teoría responde al sentido común, resulta curioso que las naciones que hoy en día están asediadas por el terrorismo coinciden con ser democracias que tienen o han tenido en su historia reciente guerras largas y tormentosas. Aunque este hecho parece refutar la tesis kanteana, según el profesor Darío Batistella de la Universidad Sciences Po Bordeaux, este fenómeno sucede porque la guerra hoy en día se ha transformado. Los ejércitos se han profesionalizado y privatizado y la tecnología moderna (drones) ha ayudado a disminuir las muertes de soldados occidentales en combate. Por lo tanto, la guerra se ha convertido en un asunto cada vez más ajeno para los ciudadanos occidentales pues no afecta su vida diaria.
Sin embargo, para los ciudadanos de Iraq, Afganistán, Libia y los demás países donde Occidente ha realizado incursiones militares, la guerra se vive a diario. El combate entre las potencias occidentales y los países del Medio Oriente es profundamente asimétrico. Mientras los primeros cuentan con una gran cantidad de recursos y tecnología de punta, los segundos solo tienen a su favor el conocimiento del terreno y el apego a sus tierras ancestrales. Para algunos analistas, el terrorismo se ha convertido en la estrategia de guerra más efectiva para contrarrestar la brecha militar existente entre ambos bandos. El terrorismo, por lo tanto, puede ser visto como la manera para lograr que los ciudadanos de los países industrializados de occidente vuelvan a sentir las consecuencias de la guerra para que de esta manera ejerzan presión a los gobernantes para retirar las tropas de Medio Oriente.
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