José Jaramillo


Cuando este cronista era apenas un muchacho conoció y tuvo alguna cercanía con dos personajes de la intelectualidad de Calarcá, Quindío, poeta uno y cuentista el otro, cada uno excelente en su expresión literaria; y rivales entre sí, por las singulares formas de sus personalidades: Baudilio Montoya Botero y Humberto Jaramillo Ángel.
Baudilio era maestro de escuela en la vereda La Bella, donde vivía en la casa de su pequeña finca cafetera, al borde de la carretera que va hacia el Valle del Cauca, por la vía de Caicedonia. Vestía siempre de traje oscuro, sombrero de fieltro de ala corta; y usaba, en vez de corbata, la chalina propia de los poetas del romanticismo francés: Verlaine, Rimbaud, Baudelaire… Era moreno, de labios gruesos, escaso cabello y mirada suave, ensoñadora. Ejercía la bohemia rociada con aguardiente, bien en la fonda caminera o en el club social, con la misma soltura, magnetizando auditorios campesinos o de la burguesía, con el encanto de su parla guasona o poética, que bien soltaba un gracejo oportuno o improvisaba un soneto o una endecha a cualquier moza que cruzara ante sus ojos. De todos los pueblos, especialmente del Quindío, se le requería para coronar las reinas de los festejos cívicos, sin más remuneración que verse rodeado de gente que lo admiraba, y de mujeres bellas, además de ser objeto de generosas atenciones. Lector intenso y desordenado, había acumulado en su memoria un acervo magnífico de cultura humanística, que era la materia prima de su encantadora personalidad; y de su iluminada expresión poética.
Humberto Jaramillo Ángel, de la misma generación de Baudilio, era un afortunado prosista, especialmente en el género del cuento y la crónica literaria. Rubio, de ojos azules y figura apolínea; su actitud era hierática y distante, al estilo de Wilde o lord Byron; vestía con formalidad y elegancia, complementando el atuendo con un bastón, que no necesitaba para apoyarse pero que le daba mucho caché, y un infaltable libro bajo el brazo. Había sido también maestro, profesión que era frecuente entre personas de inclinaciones literarias. Galante y enamoradizo, sentado en una banca del parque principal de Calarcá, o en la Plaza de Bolívar de Armenia, veía pasar las damas de talles cimbreantes y tras de ellas se iba un piropo suyo, tan fino que obligaba a una mirada de reconocimiento. Entonces se llamaba "paloma".
Abstemio y poco amigo de tertulias, Humberto prefería gastar su tiempo leyendo y releyendo en su excelente biblioteca, que ocupaba buena parte de su casa. Ésta tenía, además, una pequeña piscina, en la que el escritor les daba clases de natación a las niñas, sin que el galante profesor se soltara del tubo que bordeaba el estanque.
Estos dos personajes, de tan distintos estilos y condiciones, eran rivales literarios, al tiempo que se admiraban. Las puyas que se lanzaban a través de comunes amigos tenían la guasa desprevenida de Baudilio o la ironía punzante de Humberto. Tan fina la una como la otra.
*Plutarco (Griego, 50-125 d. de C.), 23 paralelos sobre personajes de Grecia y Roma.
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