José Jaramillo


Para no extenderse mucho en recuentos que reseñan las secuelas de los trágicos sucesos de las guerras; y de otros fenómenos catastróficos provocados por la Naturaleza, que obligan a las comunidades a emigrar (a las más pobres, claro), sin rumbo ni destino, para ser rechazadas en todas partes hasta encontrar un albergue precario, basta con mirar para cualquier lado en Colombia y ver a los desplazados de la violencia, que tuvieron que abandonar el campo, donde mal que bien vivían con techo y comida, para salir apresurados, con el mero encapillado, a producir en las ciudades un fenómeno social que falta mucho para analizar en profundidad.
El más protuberante es la inversión en la composición demográfica, que pasó de ser 70% para el campo y 30% para las ciudades a mediados del siglo XX, a todo lo contrario en la actualidad. Los campos están casi desolados, mientras las urbes se asfixian con sectores irregulares de población, casi imposibles de atender por las administraciones; y generadores, además, de variedad de problemas sociales, pero que les producen cuantiosos réditos políticos a los empresarios electorales de todos los partidos; y son insumo privilegiado para quienes se enriquecen con los recursos destinados a prestar servicios esenciales a la población vulnerable, que ellos administran por mandato de los mismos afectados, que la politiquería mantiene anestesiados con promesas, “enmarihuanados” con dádivas y festejos: Pan y Circo; o amenazados para que se cumpla lo dicho por el monarca alemán al comienzo de la primera guerra mundial: “En una confrontación, la primera víctima es la verdad”, a los señoritos que viven “en lo limpio” y disfrutan de altos ingresos y diversas comodidades laborales solo les interesan las cifras electorales, sin importarles los recursos dialécticos para conseguirlos, por perversos que sean; ni los candidatos que apoyen electoralmente, en cuyas conciencias asustan, porque aportan un capital electoral que la “casa matriz” de la alta politiquería necesita. Ellos tal vez no saben quién fue Maquiavelo, pero son discípulos aventajados de su filosofía política: “El fin justifica los medios”.
La gente decente, los intelectuales y empresarios con principios y los trabajadores honrados no participan de esa barahúnda, sin percatarse de que su actitud pasiva contribuye a elevar a los cargos de responsabilidad a los peores gobernantes y legisladores. “Los malos gobernantes los eligen los que no votan.” O, como dijo Martin Luther King: “No me estremece la maldad de los malos, sino la indiferencia de los buenos.”
La influencia de las mafias, en sus variadas modalidades; del “capitalismo salvaje”, de los empresarios de las guerras y de los depredadores de la Naturaleza se apoderó de los gobiernos, para donde se mire. La juventud independiente y decidida es la esperanza.
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