José Jaramillo


Cuando se usaba el sistema oral en las audiencias, para enfrentar a defensores y acusadores, a fin de que mostraran sus argumentos en pro o en contra de un procesado, y de ahí sacar el juez conclusiones para absolver o condenar, las partes las encabezaban, usualmente, oradores brillantes; recursivos en los argumentos; doctos en teorías criminalísticas; hábiles en hacer parangones históricos con casos similares; conocedores de las más eruditas obras de la literatura del Derecho Penal; dramáticos, si era necesario, en los tonos de voz, los gestos y los ademanes, mientras recorrían los espacios de las salas de audiencias con pasos calculados… Eran tales audiencias unos espectáculos de la inteligencia, que dejaban perplejos a los auditorios que ocupaban las barras y, además, confusos. Quienes entraban con prevenciones en pro o en contra del acusado terminaban “en veremos”, ante la solvencia de los argumentos de los abogados.
Quienes aspiraban a ejercer la profesión de abogados penalistas se preparaban como oradores con ejercicios que consistían en defender y atacar una misma idea; y de la perplejidad que les causaran a los calificadores salía la nota, si cumplían o no el objetivo de confundirlos.
Algo parecido sucede con los debates mediáticos sobre determinados asuntos de interés general, en los que la opinión pública es atosigada con argumentos en pro y contra, que la dejan “en el aire”, después de asistir a la contienda como si estuviera presenciando una partida tenis, moviendo la cabeza de un lado para otro. Todos los que intervienen en los debates en los que se controvierte una idea, sea económica, jurídica, política, religiosa, deportiva, literaria, medioambiental…, comienzan por declarar que son “expertos”. Y mucha gente les cree, porque sus argumentos, dicen ellos, son “sólidos”, propenden por el “interés general”, están desprovistos de “mezquindades”, se fundamentan en “amplios conocimientos” y solo buscan el “interés general”.
A tales “expertos” se les deben recibir sus “desinteresadas” opiniones con beneficio de inventario, sin comprometerse con ellas, lo mismo que debe hacerse con la publicidad que promete alargar la vida tomándose unas pastas; quitar las arrugas aplicándose una pomada; aprender inglés por Internet en dos horas semanales, durante un año; conocer toda Europa en una gira de dos semanas; adquirir los mejores electrodomésticos con solo “tres mil pesitos diarios”; comprar carro propio a crédito, con el primer año “muerto” de intereses; y vivir en el apartamento o la casa de sus sueños, con metros cuadrados desde “apenas” cuatro millones de pesos.
Lástima que se hayan acabado las audiencias penales públicas, porque ese era un programa magnífico para jubilados, varados y estudiantes que no tuvieran plata para ir al cine con la novia.
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