José Jaramillo


Cada cierto tiempo aparecen teorías económicas que cambian los esquemas vigentes, hasta ese momento considerados acertados y eficientes, porque una institución, llámese universidad, banco multinacional o de fomento, o algún premio Nobel de moda, aparecen con nuevas propuestas para que los países manejen sus macroeconomías y sean exitosos. A vuelo de pájaro, y sin necesidad de hacer investigaciones exhaustivas, se recuerda el modelo manchesteriano de “dejar hacer, dejar pasar”; es decir, la producción y el manejo financiero sin mayor injerencia del Estado. Esa teoría la planteó un industrial manizaleño así: “Hacer negocios donde meta lo menos posible las narices el gobierno”. Pero ese modelo, aplicado a la revolución industrial, generó un estilo de esclavitud en el que los trabajadores no tenían horarios definidos ni protección social ninguna; y le dio paso a las teorías marxistas, que gestaron el socialismo de Estado, o comunismo, que fracasó, conservando apenas unos pocos países ese modelo, el mayor la república China, que maneja una rara simbiosis de comunismo hacia adentro y capitalismo hacia afuera.
El señor Keynes, economista británico, apareció a principios del siglo XX con una nueva teoría que rechazaba el patrón oro y proponía como estrategia económica “la producción y el empleo”, porque, según él, la producción genera empleo, el empleo estimula el consumo y mejora la calidad de vida de las sociedades, lo que aumenta la demanda y esta activa la producción, para que se cierre un exitoso círculo, este no vicioso. Keynes descartaba el ahorro en dinero, para que se hiciera en bienes de capital, que elevaran la situación patrimonial de los hogares. Y, además, planteaba el intervencionismo de Estado, para garantizar el equilibrio social. Estas teorías keynesianas hacían parte del ideario del Partido Liberal colombiano, cuando este tenía ideas.
Pero aparecieron los monetaristas con un nuevo esquema: estimular el ahorro con el confite de los intereses y algunos premios, como los sorteos de las cédulas de capitalización, para fortalecer el sistema financiero y hacer acopio de grandes recursos para invertir en macroproyectos de toda índole: comercial, bancario, industrial, de construcción e infraestructura, minero y agrario. Este último en cuanto a la acumulación de tierras, no más, porque la agricultura es un negocio de pobres. Así nació la concentración de la riqueza en cabeza de unos pocos, muy pocos, “cacaos”, que son los amos y señores de la economía y los dueños de todo; y por ahí derecho quienes manejan entre bastidores el poder político. Esto es lo que conoce como “negocio redondo”, que se alimenta con el consumismo y el endeudamiento compulsivos, que han creado otro estilo de esclavitud: sutil, delicioso, enervante…, pero, a la larga, estresante y fatal. Algo así como el pájaro que canta parado en la boca del cañón de una escopeta.
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