José Jaramillo


Un informe estadístico, de los que hacen los departamentos de investigación de las universidades, gracias a los cuales se pueden comparar desarrollos (o retrocesos), proyectar estrategias y corregir rumbos, señala que en el siglo XX se registraron, o patentaron, el 90% de los inventos hechos por el hombre en toda la historia de la humanidad. Como decía el escéptico, "así sea mentira es una verraquera". Lo cierto es que, a los nacidos antes de 1950, nos han tenido boquiabiertos los científicos, ingenieros, astrónomos y demás escudriñadores de lo existente, con descubrimientos asombrosos, que mejoran los procesos, simplificándolos y haciéndolos más eficientes, para brindarle a la humanidad confort y bienestar. Ahí están, para confirmar el aserto, los medicamentos, los equipos de diagnóstico, los automotores, los medios de comunicación, la aviación, la robótica e infinidad de cosas más, incluidas por desgracia las armas, que sería imposible reseñar en este breve espacio. La idea es que al hombre se le faciliten las tareas manuales, para que tenga más tiempo para la cultura, la investigación, el arte, el deporte, los viajes, la recreación, la sociedad y la familia. Que trabajen las máquinas, es la consigna.
Pero hay que cuidarse de que esas ayudas no contribuyan al ocio estéril, la abulia y la apatía creativa e intelectual, por atenerse el hombre a que basta con operar un aparato, o hundir una tecla, para obtener lo que necesita para subsistir, o para cumplir con sus tareas y obligaciones laborales, sin hacer el mínimo esfuerzo por pensar, para obrar en forma "manual", cuando los equipos electrónicos no respondan a sus requerimientos.
Se nos ocurren estas inquietudes porque en muchas actividades se concentran las decisiones en programas de sistemas informáticos, a los que se obedece ciegamente, sin considerar alternativas para atender casos especiales, que se apartan de las directrices del programa, porque al operario no se le ocurre ponerle lógica a sus decisiones, utilizando la inteligencia y el conocimiento. Un caso reciente lo demuestra. En el Ministerio de Hacienda están parados varios proyectos de infraestructura, diseñados, evaluados, aprobados y adjudicados para su ejecución por el Ministerio del Transporte, que, además, se construirán con recursos de los contratistas, a quienes se les pagarán las obras en la medida que las entreguen, dentro de las condiciones contractuales, porque a unos yupis del Ministerio de Hacienda, que debe certificar la disponibilidad de los recursos para pagar las obras, se les ocurrió cuestionar los proyectos con inquietudes como estas, que los contratistas deben responder: ¿Cómo se afectaría la obra en caso de que se haga en el futuro una reforma tributaria? ¿En cuánto podría incrementarse el costo del proyecto si se produce un terremoto, o una erupción volcánica? En esas están los geniales yupi-cibernautas desde hace más de un año; y, entre tanto, el vice Vargas Lleras y la ministra del Transporte escarban de la furia; y el ministro de Hacienda está en una reunión económica en Davos, Suiza.
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