José Jaramillo


"La vida da muchas vueltas…", dijo uno. Y otro replicó: "Y en una de esas vueltas lo desnuca a uno". Y puede agregarse: Sobre todo ahora, a la velocidad que las está dando. Surge esta reflexión a propósito de la declaración de Pijao, Quindío, como "un pueblo sin afanes", en el que la gente, por su particular manera de tomar la vida, puede que no acumule grandes capitales, ni maneje tecnologías muy avanzadas, pero sí disminuye con su comportamiento apacible los índices de estrés, gastritis, neurosis y agresividad.
Las personas que han conseguido entender el verdadero sentido de la buena vida, garantizándose un estándar económico suficiente para vivir con dignidad; asimilando la tecnología hasta lo suficiente para comunicarse con los demás, en lo estrictamente necesario; procurando desechar sentimientos amargos, por desgracias y tragedias pasadas; permitiendo que los demás obren a su manera y con sus ideas y recursos, sin tratar de imponerse, argumentando sabidurías acumuladas por la mayor edad; y buscando la cercanía de las personas a las que se ama, el diálogo amable, la Naturaleza, la lectura de libros que no pretendan enseñar nada, sino entretener; el arte, la música suave y acariciadora y el principio de vivir y dejar vivir, sin interferir en la vida de nadie, ni permitir que se violen sus espacios íntimos, esas personas son felices, sin necesidad de frecuentar las páginas sociales de los periódicos, de que las inviten a las recepciones en honor de las realezas que visitan el país y de que sus nombres sean registrados en el escalafón de los más ricos y famosos. Y sustraerse de esas tentaciones de la vanidad, la codicia y el consumismo no es difícil, sin necesidad de invocar el argumento evangélico de las plantas y las aves del cielo; basta con dejarse llevar por la corriente de la vida, sin pretender cambiarle el curso, ni aumentar o disminuir su impulso.
Volviendo a las vueltas de la vida, todo lo que sucede ahora es que se han aumentado sus revoluciones, porque la creatividad del hombre ingenia cada vez más instrumentos para el asombro y la supuesta comodidad; y, como la población aumenta por el crecimiento vegetativo, hay más creativos para mejorar los inventos anteriores e imaginar otros, en una sinfín que es imposible detener. Lo que sí puede hacerse a tiempo es detenerse a la vera del camino, conformarse con lo que se tiene y convertirse en espectador de esa loca carrera en la que participan los jóvenes, que son los que tienen piernas para ese trote.
A propósito de la riqueza, que es uno de los mayores estímulos para alcanzar el éxito, y el paradigma para muchos del bienestar superior, decía don Arturo Schopenhauer, un filósofo alemán del siglo XVIII, que es como tomar agua salada, que, mientras más se bebe, más sed produce.
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