José Jaramillo


Hace muchos años, este cronista, “joven aún y verde todavía”, vivía en Cali y un empresario amigo suyo, oriundo del Quindío, hombre curtido en los negocios, por cierto muy exitoso, le propuso montar un almacén de muebles de madera, para aprovechar algunas vinculaciones que él tenía con un ebanista fino. Al aceptar la propuesta, la inexperiencia me indicó aportar una idea: Listo, don Óscar, le dije. Pero no vamos a poner el negocio en la calle 14, que es donde están todos los almacenes de muebles, que la mayoría son de judíos. A lo que él contestó con algo que se convirtió en lección inolvidable: “Entonces, José, pongámoslo en el Cerro de las Tres Cruces, donde no hay competencia, pero tampoco hay a quién venderle”.
La anécdota sirve para comentar que el fenómeno del mercadeo, como todo en la era de la globalización, ha cambiado; y es necesario estar alerta, porque la dinámica de los negocios es cada vez más creativa, y más agresiva. Y, además, el proteccionismo de los gobiernos es historia. Los críticos de los Tratados de Libre Comercio, de inspiración comunista, que no se han percatado de que la cortina de hierro se cayó y los mercados cautivos desaparecieron, se rasgan las vestiduras fundamentalistas cuando se propone enfrentar la competencia, con el argumento de que la de los países emergentes contra las potencias económicas es “pelea de toche con guayaba madura”. Y no analizan que lo de ahora es la innovación, para diversificar la oferta; y la manufacturación de los productos básicos, para darles valor agregado; y cuidarse de registrar ideas y marcas en los grandes mercados, antes de que los vivos, los que viven del bobo, es decir del ingenuo, el incauto, patenten los productos y acaparen los mejores mercados potenciales.
En días pasados presentaron en televisión una entrevista con el presidente de Innova, en la que el ejecutivo recomendaba a los jóvenes emprendedores presentar sus productos, y patentarlos, en Nueva York, Londres, Sao Paulo…, porque si se limitaban a Bogotá, Cali y Medellín, primero, estaban despreciando grandes mercados; y, segundo, corrían el riesgo de que alguien les “madrugara” en las metrópolis donde se concentran los mayores volúmenes de consumidores de alto valor adquisitivo, copiándoles sus creaciones, y robándoles la propiedad intelectual. Innova les ofrece a los emprendedores asistencia gratuita en este proceso, como parte de una campaña del Ministerio de Desarrollo.
Las industrias licoreras colombianas, que son patrimonio de los departamentos, se han encerrado en las fronteras de sus monopolios, temerosas de enfrentar la competencia, con lo que solo han logrado favorecer el contrabando interno, y el de licores extranjeros. El “coco” para los medrosos es Antioquia, pero hay que entender que a los antioqueños no hay que temerles, sino aprenderles.
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