José Jaramillo


Los recientes y dolorosos sucesos que han afectado a varios países europeos, especialmente el último que ensombreció a la Ciudad Luz, son el producto de un resentimiento acumulado por generaciones, gestado en el espíritu conquistador y colonizador de los blancos del viejo continente, que han creído que tienen mejores derechos que el resto de la humanidad, por el color de su piel, por su cultura greco-romana, por las refinadas expresiones de arte y arquitectura que adornan todos sus espacios y por un complejo de superioridad más allá de lo racional, que les permite mirar por encima del hombro al resto del mundo.
Nada justifica los hechos atroces que han cometido el fanatismo político y religioso y el espíritu vengativo, pero sí vale la pena analizar las cosas con cabeza fría y buscarle al conflicto soluciones distintas al exterminio de los fanáticos, como lo propone un puñado de jefes de estado que se reúne para montar un aparato bélico orientado a matar más gente, lo que no es más que una solución coyuntural y no un plan reconciliador de largo alcance.
Vistas las cosas con perspectiva histórica, se encuentra que la codicia de los europeos, especialmente de los occidentales, los llevó a emprender una acometida conquistadora brutal, que comenzó por el norte de África y el sur de Asia; y después, cuando se comprobó que la Tierra era redonda, siguió con el resto de África y con América, no para cumplir la noble tarea de llevar a negros e indios la civilización, las lenguas modernas, los beneficios de la ciencia, la cultura humanística greco-romana y la fe cristiana, para sacarlos del oscurantismo espiritual y salvar sus almas, sino para apoderarse de sus riquezas naturales y esclavizarlos. Esa es la realidad.
El proceso siguiente, después de una larga época colonial, fue la independencia de los pueblos sojuzgados, que costó “sangre, sudor y lágrimas”; y la recomposición de los países en estados soberanos, regidos por sus propios sistemas políticos, lo que, en algunos casos, no parece haber terminado.
Las nuevas relaciones entre Europa y América, Asia, Oceanía y África son más de intercambio cultural, comercial y tecnológico, con beneficios mutuos y libertad de negociación, que imposiciones por la fuerza de las armas. Aunque a los europeos los acompañe siempre el instinto de superioridad y su capacidad negociadora sea ventajosa, hay más equilibrio en los procesos e innegables beneficios mutuos.
Pero de lado y lado hay rezagos de resentimientos, tan estúpidos como demodé, que estimulan y ejecutan pequeños grupos de desquiciados, actuando a mansalva, sorpresivamente y a la sombra, para que paguen justos por pecadores una deuda ancestral, que por otros medios se está cubriendo pacíficamente y con generosidad.
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