José Jaramillo


La idea que se tiene del diplomático es que es un personaje atildado, culto, de “mucho mundo”, es decir, que se desenvuelve con habilidad en escenarios de relaciones complejas; políglota, experto en platos y bebidas exquisitos y en atuendos especiales según la clase y categoría de los eventos en los que ha de participar; y hábil lobista, o cabildero, que es un “lagarto” perfumado. Esas condiciones les han servido a los gobiernos para conformar los equipos diplomáticos que los representan ante los países con los que tienen relaciones comerciales, culturales y políticas. Y, complementariamente, las universidades han creado las cátedras de Derecho Internacional, Comercio Exterior y Diplomacia, para formar profesionales que sirvan para tales menesteres. Hasta aquí la teoría. Pero, como la diplomacia está íntimamente ligada a la política, ésta define quiénes han de ser embajadores y cónsules, según se trate de pagar favores o de desencartarse de “amigos” u opositores incómodos.
Analizando el asunto por partes, es decir, despresándolo, se encuentra el ciudadano corriente con que la realidad es muy distinta a la lógica de la teoría. Por ejemplo: Si hay un representante del país en determinada nación, ¿por qué tiene que viajar una comisión a firmar un convenio sobre un asunto político, comercial o cultural, si el embajador puede suscribirlo? Y, ¿cuál es la razón por la cual un funcionario termina su período en un alto cargo y acto seguido es nombrado embajador, dándole a escoger el país que más le guste, o le convenga? ¿Qué tiene que ver un magnicidio con que a la viuda del malogrado personaje la nombren embajadora? ¿Por qué a un senador o representante opositor, distinguido por su ordinariez, se le premia con una cómoda y lejana embajada? ¿Qué rabo de paja tiene un gobierno que esconde a un alto funcionario, o a un parlamentario, en un puesto diplomático, mientras es investigado por la justicia? ¿Para qué sirve una representación diplomática en un país que no tiene nada útil para comprarle ni capacidad adquisitiva para venderle? ¿Para qué se contratan abogados que defiendan al país en litigios internacionales, si se tienen representaciones permanentes, supuestamente integradas por expertos diplomáticos? ¿Por qué un joven de altas calificaciones en sus estudios de derecho internacional, que por méritos se ha ganado una beca en el exterior, a última hora es descabezado por el sobrino, o la sobrina, de un senador que votó a favor del gobierno un controvertido proyecto de ley?
¿Saben los colombianos cuánto cuestan pasajes y trasteos de diplomáticos que muchas veces no permanecen en los cargos más de un semestre? Y, finalmente, ¿existen estadísticas sobre los muchachitos que pudieron estudiar en colegios y universidades europeas, para aprender idiomas y darles champú a sus hojas de vida, gracias a que a sus papacitos les pagaron favores políticos con embajadas?
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