José Jaramillo


El cuento no tiene las connotaciones y enseñanzas trascendentales de las parábolas evangélicas, pero en su simpleza contiene un mensaje digno de tenerse en cuenta. Cuando muchas de las golosinas no se conseguían en los supermercados, empacadas, listas para consumir; y aún existían las pailas de cobre en las que se hacían dulces y jaleas, las señoras de una familia típica de pueblo hicieron un dulce de guayaba. Cuando fueron a servirlo, levantaron la tapa que cubría la paila y se encontraron con que en la mitad del delicioso manjar había aterrizado una cucaracha. ¡Gas!, dijeron en coro; y el primer impulso fue botarlo. Pero una de ellas, entre pragmática y caritativa, dijo: “Qué pecao botarlo, busquemos a Tontoleo (el bobo del pueblo) y se lo regalamos. Sacamos la cucaracha, emparejamos el dulce y él qué va a saber lo que pasó”. Así lo hicieron, y cuando llegó el bobo y vio semejante regalo que le ofrecían sospechó que algo raro había detrás de tanta generosidad y lo rechazó diciendo: “¡Ehhh!!, de eso tan bueno no dan tanto”.
La historia debe servirles a quienes, según informan las noticias todos los días, caen en las trampas que tienden los delincuentes profesionales, para seducir incautos con sugestivos mensajes electrónicos, elocuentes discursos de tipos encantadores o coqueteos de mujeres hermosas, y terminan drogados, empelota y despojados de sus pertenencias en un motel; esclavizados en una red de prostitución; enlistados en organizaciones criminales; o detenidos por cualquier delito en un país extraño.
La curiosidad es superior a la malicia, y pocos son lo que de entrada, cuando les pintan pajaritos de oro, les ofrecen un paraíso de comodidades y riquezas, les llegan mensajes virtuales que anuncian premios millonarios o se les insinúa, sin más ni más, una pareja encantadora, encarnada en un tipo de telenovela o en una “femme fatale”, son capaces de resistir y dicen como Tontoleo: “De eso tan bueno no dan tanto”.
Por quién sabe qué rara apariencia, el novato, el curioso, el forastero, el pueblerino y el recién llegado se distinguen de lejos, y los vivos, cuyo oficio es cazar presas para sus fines, están pendientes de ellos en aeropuertos, terminales de buses, bares, recepciones de hoteles y otros lugares públicos; o en las redes de comunicación electrónica, para abordarlos y con sutiles artimañas ganarse su confianza, atraerlos y conquistarlos, hasta conseguir sus propósitos, que no pocas veces son calamitosos, irreparables o fatales.
Desafortunadamente nadie experimenta por cabeza ajena, y no deja de caer gente en las redes de la delincuencia organizada, cuyas bandas son muchas veces trasnacionales del crimen, con una logística de alta eficiencia e inmensa capacidad económica, para financiar sus actividades, corromper autoridades y eludir la justicia de cualquier país. Por desgracia, sus víctimas suelen ser jóvenes, porque los viejos son machuchos, como el bobo del cuento.
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