Si se analiza en su contexto, la vida humana es una paradoja. Para mencionar como introito un solo aspecto, el hombre trabaja para vivir y se mata trabajando. Circunstancia que se acrecienta en la medida en que la productividad de las personas se ve a gatas para cubrir las exigencias del consumismo, que es el "negrero" de moda, en reemplazo de los que les daban latigazos a los esclavos que movían a remo los galeones, para aumentar la velocidad de navegación. (Esos infelices adquirieron el dudoso honor de llamarse galeotes).
Las máquinas de vapor no se habían inventado aún, pero los poderosos sí habían instituido la esclavitud, utilizando a los más pobres (¡siempre los pobres!), o a los capturados en guerras de conquista, para que trabajaran a su servicio en los más humillantes y duros menesteres, sin más reconocimiento que una comida precaria y un rincón en el suelo para descansar. Y el "honor" que constituía el derecho de los amos a poseer a sus hijas, apenas asomaban sus núbiles atractivos.
A partir del siglo XVIII, los movimientos políticos progresistas se interesaron por abolir la esclavitud, en parte inspirados en sentimientos humanitarios, y en parte para darles a los sumisos el estatus de ciudadanos, lo que en países democráticos servía para incrementar la masa electoral. A este proceso se opusieron tercamente los empresarios agrícolas, cuyos inventarios de semovientes tendrían que ser castigados dándoles de baja a los esclavos y sus familias.
Pero ya había aparecido la "revolución industrial", que generó otra forma de esclavitud: la del proletariado, que movía la dinámica manufacturera y minera bajo condiciones inhumanas de explotación. Esta nueva situación dio origen, como contrapartida, al socialismo, un sistema político creado para reivindicar a los trabajadores, garantizándoles condiciones mínimas de dignidad personal y seguridad social. El liderazgo de este movimiento también les daba votos a nuevos aspirantes al poder.
El vigoroso desarrollo industrial y comercial creó la necesidad de vender, para que la dinámica productiva garantizara el éxito de los balances de los capitalistas. Entonces había que estimular el consumo, para lo cual fueron aliados formidables la publicidad y la informática, que le metían a la gente por ojos, oídos, nariz y garganta infinidad de productos, presentándolos como imprescindibles. A este proceso no fue ajena la ciencia médica, cuyos "milagrosos" productos farmacéuticos, y la tecnología diagnóstica y quirúrgica, han producido el cada vez más notorio fenómeno de la longevidad, al punto que los médicos pueden garantizar que casi todo tiene remedio. Pero, paradójicamente, la intensidad de la vida, el peso de las responsabilidades, el deterioro del medio ambiente y el acelere tras los recursos para poder adquirir las comodidades que ofrece la sociedad de consumo, están matando a la gente.
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