José Jaramillo


El que cree que se las sabe todas, no deja terminar de hablar a los demás para contradecir y mira para cualquier parte mientras otro dice algo y después sale con una babosada, que indica que no escuchó lo que su interlocutor decía, produce más lástima que rechazo, porque no acata, como fuente del saber, lo que proponía el padre Martín Descalzo: Pregunte, calle y escuche.
El ojo avizor y el oído atento no pierden el tiempo ni abandonan la curiosidad. Lo primero, el tiempo, porque nadie, por imbécil que sea, es capaz de sustraerse totalmente a lo que sucede a su alrededor. Otra cosa es que no lo entienda ni le interese asimilarlo. El tiempo perdido lo cobra Dios, cantaleteaban las mamás y los maestros a los niños de otras épocas, para que no dejaran pasar en blanco las oportunidades de aprender algo. Y lo segundo, la curiosidad, es un atributo de incalculables beneficios, y la causa de todas las innovaciones que en el mundo han sido, para bien o para mal de la humanidad. Einstein, un tío que se las traía, como graciosamente dicen los andaluces, sostenía que es más importante la curiosidad que el conocimiento. Así es como descubren el mundo los niños: tocando todo, metiendo las manos en todas partes, rompiendo las cosas para ver qué tienen por dentro y preguntando hasta cansar al más paciente de los abuelos. Los niños, sin saber todavía de Sócrates, practican su sistema de responder preguntas con otras preguntas, para llegar hasta el fondo de los temas, desentrañando hasta el último elemento. Es lo que Édgar Morin llama el pensamiento complejo, que consiste en sacar ideas de las ideas, partiendo del principio de que cada palabra tiene una; semejante a un volador, que parte de una sola chispa y al explotar en el aire se abre en un abanico de infinidad de luces.
A propósito de Sócrates y su estilo, en los diálogos de Platón se cuenta que, cuando iba camino de cumplir la ejecución que le habían impuesto, tomando la cicuta, un amigo suyo y discípulo le dijo: -Lo que más me duele, Maestro, es verte morir inocente. A lo que el filósofo respondió: -¿Preferirías, entonces, amigo, verme morir culpable?
Los teóricos del facilismo, para justificar su incuria para leer, estudiar y mantener vivas las expectativas del conocimiento, cada vez mayores por el milagro de los medios de comunicación, entregan a un aparato portátil y a Google la responsabilidad que tienen de mantener al día sus conocimientos, que es como pensar con cabeza ajena.
El padre Feijoó, benedictino y español, pensador del siglo XVIII, propuso para sí mismo el siguiente epitafio:
Aquí yace un estudiante,
de mediana pluma y labio,
que se esforzó por ser sabio
y murió al fin, estudiante.
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