José Jaramillo


Según Hipócrates, padre de la medicina, citado por el doctor Allen Frances: “Es más importante conocer al paciente que tiene la enfermedad, que a la enfermedad que tiene el paciente.” Lo que corrobora que cada persona es un mundo distinto y, por tanto, no pueden generalizarse diagnósticos y tratamientos, como hacen los que se orientan por lo que dicen las páginas de salud de los periódicos y las secciones de los noticieros y corren a comprar los medicamentos que ellos sugieren y se los toman según la posología sugerida. Con lo que solo consiguen mejorar los ingresos del correspondiente laboratorio y trastornar el organismo, porque está demostrado que fármaco que alivia una presa daña otras. De los remedios que deben ser ingeridos no pueden garantizarse como inocuos sino las bebidas caseras, la aguapanela con limón, la miel de abejas, las gárgaras y, en algunos casos, el aguardiente, aunque no se recomienda para hacer gárgaras. Equivocadamente, algunas personas piensan que mientras más drogas les formule el médico éste es mejor, bien porque la persona sea hipocondríaca o por sacarle plata al operador de salud, para justificar la cuota que paga mensualmente. Otra cosa son las terapias físicas o la cirugía, a menos que esta última sea para mejorar los ingresos del médico, sin ser necesaria.
La medicina ha tenido un desarrollo maravilloso, especialmente con los equipos de diagnóstico y los procedimientos quirúrgicos, cada vez más sencillos y eficientes; y algunos verdaderamente sorprendentes, desde cuando el célebre doctor Barnard hizo, hace casi 50 años, el primer trasplante de corazón. Y en cuanto al diagnóstico, los aparatos de alta tecnología han sustituido al “ojo clínico”, que era un don especial de los médicos, para saber qué tenía una persona examinándole detenidamente los ojos, auscultándola y haciéndole sacar la lengua. Y, además, averiguando sus costumbres alimenticias, sexuales, deportivas, laborales, económicas, familiares y hasta políticas, porque éstas influyen de manera distinta en las personas, si son fundamentalistas o liberales, y se manifiestan especialmente en la presión arterial, que sube y baja según la intensidad del debate. Esos médicos “a ojo”, solían decirles a los pacientes, según los síntomas: Puede ser esto o aquello. Vamos a hacerle a esto y si no mejora le hacemos a lo otro.
La señora Eva Kor, quien estuvo con su hermana gemela en un campo de concentración durante la Segunda Guerra Mundial, a sus 83 años resolvió perdonar a sus carceleros para curar sus males, del cuerpo y del espíritu, porque descubrió que “(…) el perdón pone fin a la violencia y ayuda a sanar”.
Buena fórmula esta para aplicar en la sociedad moderna, tan necesitada de alegría, buen humor y tolerancia. “Más risas y menos roces”, diría Wadys, el poeta jardinero.
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