José Jaramillo


Hay cosas que han sucedido por siglos y, no obstante, generación tras generación la gente se queja de lo mismo. Una de ellas es la soledad de los viejos, porque decidieron mantenerse célibes, perdieron a sus parejas, están recluidos en un hogar de ancianos, no tuvieron hijos o estos andan cada uno por su lado, ocupados en sus quehaceres, y apenas de vez en cuando exclaman: ¡Ay!, mi papá, hace días que no hablo con él; ¡qué pecado!, mañana lo llamo. Y al otro día la cita, la junta, la entrevista, la reunión en el colegio de los niños, el médico... Y el viejo pensando: ¡Qué será de fulano que hace días no llama! Basta con asomarse a la literatura, el cine o la televisión, para verificar que la historia se repite desde que el mundo es mundo. Acuérdense del tango que dice: “Y la pobre viejecita se pasaba todo el día pensativa, silenciosa, recostada en un sillón (...); parecía una escultura puesta en la melancolía de un rincón del comedor.” Con el además de que, así el viejo se sienta capaz de hacer algunas cosas, los demás no lo dejan, para acabarlo de anular.
Hace poco, un columnista, que ya sube los últimos peldaños para llegar al octavo piso, se quejaba de que los jóvenes no eran considerados con los viejos. ¡Ay!, estimado amigo, en uno de los diálogos de Platón, este se quejaba de lo mismo, ¡casi 600 años antes de Cristo! Y entonces, como ahora, no puede decirse que la juventud es desconsiderada, porque cuando se la necesita ahí está; basta con llamarla. Mejor es aplicar la fórmula de que “si hay un vacío en tu vida llénalo de amor”. Amor de pareja, cuando todavía se tiene a “la contraparte”, para apoyarse mutuamente, aunque el hecho de que caminen cogidos de las manos no es propiamente una manifestación de afecto, sino la necesidad de apoyarse el uno en el otro para evitar caídas. Eso hace parte de la rutina de la vida en pareja, cuando las personas se consustancian. Don Miguel de Unamuno, un genio de acertado pensamiento, decía: “Si yo le cojo una rodilla a mi mujer, no siento nada especial. Pero si a ella le duele la rodilla, a mí me duele también.” Amor también por la lectura, porque ninguna compañía es mejor que un libro, que ahí está, listo a “conversar” con uno, sin contradecir ni oponerse, a la hora que se le necesite. O amor al fútbol y al ciclismo, maravillosas compañías. Ya es una seguidilla: la Copa Libertadores, la Copa Suramericana, la Copa América, la Eurocopa, el Tour de Francia, el Giro de Italia, la Vuelta a España...; o cualquiera otro de los torneos que cubren todo el año. Y apenas suena el pitazo final o las modelos les dan los picos a los ganadores de las etapas, a la camita. Querer cambiar situaciones como la soledad de los viejos, es como ladrarle a la luna.
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