José Jaramillo


Ante la inminencia de un acuerdo de paz con la guerrilla de las Farc, que ha pasado por innumerables vicisitudes, es difícil para muchos asimilar los alcances de una paz que desde ahora hay que admitir que es relativa, porque muchos de los desmovilizados se vincularán a organizaciones criminales, o las crearán, porque la codicia que alimentan actividades como la extorsión, la minería, el contrabando, el narcotráfico y similares, es superior a la buena conducta de la gente de bien. Y esta anormalidad no va a ser culpa específicamente de nadie, como pregonan las aves de mal agüero, que cotorrean por todos los medios de comunicación a su alcance señalando con dedo acusador a quienes no les caen bien, porque a las malas situaciones prefieren buscarles responsables antes que soluciones. Lo que llama la atención de estos cazadores de brujas es que son gente bien educada, en lo que a la formación académica se refiere, porque sus actitudes personales y sus expresiones son las de gente mala; de noble estirpe familiar, cuyos ancestros son orgullo de la sociedad, traicionados por la arrogancia de unos vástagos que juegan a la guerra como niños malcriados; y beneficiarios de altas posiciones públicas o privadas, con inmensos recursos económicos a su alcance, lo que los hace todavía más peligrosos.
Esos guerreros de escritorio tienen seguidores entre los desprevenidos lectores o radioescuchas que les creen todas las babosadas que escriben o dicen, atraídos por la retórica y la elocuencia, o por la inclinación natural hacia lo malo o espectacular, como los noveleros que se detienen a observar minuciosamente un accidente de tránsito o una pelea callejera. Y toman partido a favor o en contra de los protagonistas, sin tener velas en el entierro.
Otra cosa es la crítica seria, porque ningún tema de interés público está exento de contradictores; y éstos procuran reclutar adeptos a su causa, como los jefes de movimientos políticos que manejan comités de aplausos e incondicionales que solo saben decir “si, jefe”; y menean la cabeza en actitud sumisa de aprobación, como esos elefantes de plástico pegados a un resorte, que ponen como adorno en los tableros de los carros. Esos opositores serios están en su derecho, siempre y cuando sus procedimientos se orienten al bien común y no se inspiren en mezquindades. Aquí hay que entender que la tolerancia que predican los principios liberales es personal, como la de un destacado dirigente de quien su propia esposa decía: “Fulano es muy tolerante con todo el que esté de acuerdo con él”.
Especialmente respetable, en relación con el tema de la paz, es la opinión de los jóvenes, porque ellos son los dueños del futuro; y van a ser los beneficiarios naturales de esa Colombia con la que soñamos. Lo importante es que los muchachos no les paren bolas a esos locos que se despelucan y gritan pregonando que la paz de nuestra patria solo beneficiará a una persona determinada.
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