Jaime Escobar Herrera


Con motivo de la celebración de los 95 años del Diario LA PATRIA, sus directivas organizaron un conversatorio en el cual el Subdirector de Planeación Nacional Luis Fernando Mejía Alzate hizo algunas precisiones acerca del futuro de nuestra economía. Llamó la atención un pronóstico donde calculan que en el año 2050 en Colombia, las áreas rurales contarán solo con el 10% de la población del país. Como indicador demográfico resulta interesante, pero si lo relacionamos con la producción agropecuaria, es altamente preocupante, pues la mano de obra campesina está estrechamente referenciada con la producción de alimentos básicos y sin ella, nuestro territorio perdería su vocación y posición privilegiada.
El actual paro camionero preocupa, por la afectación de la economía nacional, en especial los renglones que dependen de la movilización de mercancías, insumos, materias primas y artículos básicos de la canasta familiar. Sin embargo son fenómenos provisionales, los cuales tienen rápida solución a través de la negociación, la concertación, los arreglos entre el gobierno y el gremio transportador. Pero sería bueno poder predecir los efectos que generarían en una nación, un paro o suspensión de actividades en el campo, por las repercusiones en el desabastecimiento alimenticio, la crisis del desempleo rural y la disminución del ingreso agropecuario.
Colombia tiene una deuda pendiente con los habitantes campesinos, hombres y mujeres quienes a diario se levantan muy de madrugada a cultivar la tierra, a cuidar los cerdos y las gallinas, a ordeñar las vacas, con el fin de suministrar alimentos a la población urbana que aún duerme, desde las parcelas ubicadas en los páramos y tierras frías de Nariño, Cauca y la región Cundiboyacense, productoras de cebada, trigo, papa, hortalizas, legumbres y flores, hasta las fincas de clima medio y cálido donde florece el café, la caña panelera, el plátano, la yuca y los frutales, del resto de nuestro territorio.
La gran reflexión debe hacerse en torno al futuro del campo. Cuáles deben ser los incentivos para que labriegos y campesinos no migren hacia la ciudad, con los riesgos que se generan de parte y parte. Los efectos de las migraciones campesinas hacia las ciudades son ampliamente investigadas y conocidas, pero la carencia del motor productor en las zonas rurales, habitadas por familias durante siglos, son evidentes, pues hay regiones donde el referente es la desatención y abandono del Estado, en todas sus manifestaciones. La carencia de vías aíslan las posibilidades del mercadeo de sus productos, la ausencia de crédito y asistencia técnica, la inseguridad y violencia, el déficit en el cubrimiento de las necesidades básicas, el bajo nivel de atención en salud y educación. Éstas y muchas otras, son circunstancias que hacen que los campesinos deseen migrar de sus parcelas, hacia los centros urbanos para no regresar jamás.
Los jóvenes campesinos que pagan servicio militar difícilmente regresan a sus actividades de labriego. Lo mismo ocurre con algunos jóvenes que tienen la oportunidad de capacitarse en el Sena y aprovechando el nuevo grado de instrucción, buscan otro campo laboral y emigran hacia otras alternativas de trabajo, dejando el núcleo familiar y su participación en la fuerza laboral de su parcela.
Se abre una gran expectativa con el efecto que tendrá el posconflicto en Colombia y los cambios que tendrá la política agraria, donde se espera que con la misma laxitud y generosidad con la cual se trata a los excombatientes del conflicto armado, lo hagan con el campesino que ha sido por muchos años víctima de la adversidad, la desidia, la indiferencia y la marginalidad.
Hablar de mejorar el aparato productivo del campo, sin contar con el elemento fundamental que es el hombre, es un ejercicio infructuoso. Estamos a tiempo de rescatar la calidad de vida de los hombres y mujeres del campo; promoviendo alternativas que garanticen una segura y próspera permanencia de los campesinos, en los lugares donde nacen y donde cumplen con esa noble misión de explotar y a la vez conservar nuestro planeta; son decisiones del Alto Gobierno.
Cuando ingresamos a un supermercado o a una plaza de mercado, vemos la frescura y suculencia del producido de la tierra. Detrás de todo esto está la mano trabajadora de un hombre humilde y sencillo, respetuoso de Dios y de las Leyes, quien pide al Creador todos los días el regalo de la vida y la salud, para cumplir plenamente con su encomiable tarea.
Si revisamos nuestros ancestros, en los genes de la gran mayoría del hombre colombiano, hay un campesino, un labriego. Nada ganamos desconociendo nuestro pasado, si venimos de una generación de hombres que surgió entre mulas y bueyes, arados y hachas, semillas de fríjol y maíz, aperados con carriel y con mulera. Y aún así, pretendemos ignorarlos.
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