Jaime Escobar Herrera


Ha caído el telón de los Juegos Olímpicos de Río; durante tres semanas la atención del mundo se centró en el certamen que aglutina a los mejores atletas de la tierra, en representación de muchos países y de diversas disciplinas. Las cámaras de televisión, la prensa y la radio, se encargaron de dar a conocer instantes en los cuales los competidores exponían sus capacidades deportivas, luciendo los uniformes que los identificaban con la nación representada. La gloria, el triunfo, la alegría, la marca superada, el nuevo récord, la frustración, las decisiones arbitrales injustas, el dolor, la fatiga, las lesiones, fueron conocidas por millones de espectadores y televidentes.
Colombia brilló con su delegación, ocupando en forma repetida el pódium y exponiendo sobre el cuello de sus deportistas preseas de oro, plata y bronce. El país vibró con la participación de las delegaciones y los resultados de las justas, pero de este evento debe quedar una reflexión que ojalá nos permita reconocer, el verdadero valor de la participación de un deportista en un suceso de esta categoría.
Detrás de un joven participante hay muchas horas y meses de entrenamiento, directores técnicos, preparadores físicos, kinesiólogos, sicólogos, mecenas y patrocinadores. Además de sacrificios, dolor y mucha disciplina. Sin embargo cuando se ausculta la vida personal de los competidores, encontramos un común denominador en la mayoría. Origen humilde, provenientes de regiones marginadas, con una niñez marcada por las privaciones y necesidades, muchos desplazados por el conflicto armado y con bajos niveles de escolaridad. Algunos de ellos han logrado altos niveles de competición, emigrando hacia países donde la disciplina practicada goza por los resultados, de gran reputación.
Si en estas condiciones se obtienen los resultados conocidos, se debe estructurar un plan estratégico para descubrir y rescatar miles de jóvenes, esparcidos por nuestros departamentos y mimetizados por la pobreza y la desatención estatal.
En un gran esfuerzo, el Gobierno entregó un significativo estipendio a nuestros medallistas de Río de Janeiro, a sus seleccionadores y entrenadores, pero con ese acto no se está enmendando la desatención que se le tiene al deporte. Los deportistas colombianos se han ganado con su desempeño, un lugar destacado en los escenarios deportivos de las diferentes disciplinas del mundo. No es gratuito; todo se debe a una población multiétnica, con capacidad de lucha y tenacidad frente a las dificultades, dispuestos a vencer la adversidad, la falta de oportunidad y las diferencias con competidores formados y entrenados en mejores condiciones.
Tenemos el referente de los medallistas olímpicos para actuar. Dirigentes y deportistas deben mirar los procesos seguidos por cada uno de los triunfadores, para trazar políticas en el manejo del deporte en Colombia. No debe ser un esfuerzo de cada cuatro años y menos con los atletas llamados élite. Urge la masificación, la cobertura en todas las regiones, escenarios deportivos terminados funcionando con las respectivas dotaciones y dirigidos por técnicos e instructores competentes.
No nos quedemos con la alegría y el júbilo de una medalla, el Himno Nacional y la izada de nuestra Bandera. Comprendamos que un pueblo con unos niveles deportivos altos, registra estándares en su calidad de vida y es la mejor carta de presentación para mostrarnos ante el mundo.
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