En El Padrino II el mafioso Hyman Roth, dueño de hoteles y casinos en Cuba, se encuentra con Michael Corleone (Al Pacino) en La Habana para discutir cuán arriesgado sería hacer inversiones en la isla. La escena ilustra el contexto en el que el comandante de la Sierra Maestra llegó y -como dice Carlos Puebla en su canción- mandó a parar la fiesta y se acabó la diversión de Batista y sus amigos.
No se puede contar la historia del siglo XX, especialmente la del hemisferio occidental, sin hacer referencia a Fidel Castro. La muerte de figuras políticas notables en la historia como Nelson Mandela, Mahatma Ghandi o Martin Luther King, ha provocado sentimientos generalizados de tristeza y admiración, con un margen muy estrecho para la controversia sobre su grandeza. En cambio, en el caso de Fidel Castro, la división de las opiniones ha sido no solo tajante sino que también ha dado lugar a burdas simplificaciones entre quienes celebran o lloran su partida.
Cuba ocupa el puesto 67 en el ordenamiento de países según el índice de desarrollo humano de Naciones Unidas (un índice combinado que toma en cuenta expectativa de vida, logros educativos y nivel de ingreso). Eso la ubica en el quinto mejor lugar en América Latina después de Argentina, Chile, Uruguay y Panamá. En el puesto 97, que corresponde al décimo segundo lugar entre los países de América Latina, está Colombia. Evidentemente, la buena posición de Cuba en el ordenamiento no se debe a su ingreso promedio por habitante que es 40 por ciento más bajo que el de Colombia (cuyo ingreso no es muy alto que digamos y además está muy mal distribuido). Se debe a los inobjetables logros de la revolución cubana en materia de salud y educación: la expectativa de vida en Cuba es 79,4 años (en Colombia es de 74 años) y el promedio de escolaridad de la población es de 11,5 años (en Colombia es de 7,3 años). No pocos de los que celebran la muerte de Castro, pintan un panorama de la isla que ignora esos avances.
Por otro lado, están numerosos líderes y simpatizantes de izquierda que lloran a Castro, refiriéndose a él de un modo tal que a su lado, la Madre Teresa de Calcuta, luciría como una persona avara y mezquina. Aunque los logros sociales del comunismo en Cuba no pueden ser ignorados, debe tenerse en cuenta que la formación de capacidades humanas mediante la promoción de la salud y la educación importa tanto, como la amplitud de las oportunidades para el ejercicio de esas capacidades. No es libre el que tiene muchos años de educación pero teme las consecuencias de criticar al gobierno o vive en un ambiente con severas limitaciones a la circulación de las ideas.
Que muchos en la izquierda elogien sin moderación a alguien que aunque carismático y amigo de numerosos artistas e intelectuales, fue un dictador que se mantuvo por décadas en el poder y encarceló a quienes se atrevían a demandar algo de pluralismo, despierta muchas dudas acerca de la sinceridad de sus convicciones democráticas y de la autenticidad de su adhesión a los derechos humanos. Si la libertad no importara, ninguna persona esclavizada en el sur de Estados Unidos en el siglo XIX, que tenía una canasta de consumo mayor que la de los trabajadores agrícolas que eran libres y vivían de su salario, hubiera tratado de escapar. Tampoco nadie se hubiera arriesgado a morir en el mar para escapar del régimen cubano a pesar de sus buenos indicadores sociales.
Aunque Castro apoyó en cierto momento a las guerrillas, sería una absurda y falaz simplificación echarle a Cuba la culpa de nuestra guerra. En cambio, el régimen cubano ha prestado una ayuda valiosa para lograr el acuerdo de paz con las Farc. Pero agradecer a Cuba su generoso apoyo al proceso de paz en Colombia no significa que haya que unirse al coro de alabanzas a Castro. Rechazar su dictadura tampoco avala las voces delirantes que lo envían al infierno.
Notas de pie: Gracias totales para nuestro gran arquero Juan Carlos Henao. Abrazo solidario para las familias del vuelo del Chapecoense y sus hinchas.
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