Del 7 al 18 de noviembre próximo la ONU tiene previsto reunir en Marruecos al mayor número de países que el año pasado firmaron el Acuerdo de París sobre cambio climático. Buscarán implementar los primeros compromisos de los países miembros para controlar los Gases de Efecto Invernadero (GEI), causantes en buena medida del incremento de la temperatura mundial. La idea es frenar la tendencia al aumento de 2,5ºC de temperatura en el siglo XXI, fatal para el ecosistema mundo y para la especie humana, reducirlo a 2ºC y continuar los esfuerzos para limitar ese aumento de la temperatura a 1,5ºC, muy inferior a los niveles preindustriales.
Para lograr este objetivo, no se cuestionan las causas reales de la variabilidad climática asociadas a las acciones antropogénicas, es decir, al modo de producción capitalista, basado en principios como desarrollo, crecimiento, competitividad y mercado. De hecho, el Acuerdo de París eleva el desarrollo a la categoría de “derecho”, quizás por ello no tiene ningún problema en proponerse “lograr que las emisiones mundiales de GEI alcancen su punto máximo lo antes posible, teniendo presente que las partes que son países en desarrollo tardarán más en lograrlo, y a partir de ese momento reducir rápidamente las emisiones de GEI”.
La suerte del planeta y de la especie humana sigue pendiendo de las capacidades científico-técnicas para mitigar las emisiones de GEI, cuando en términos generales la ciencia ha estado al servicio del mercado y no del “buen vivir” en esta casa común que los pueblos originarios han llamado “Madre Tierra”. Basta decir que ahora se ha acuñado el concepto “comercio de emisiones” como un poderoso instrumento en el futuro del mercado mundial, orientado a capturar el CO2 en su fuente (producción industrial y eléctrica) para su comercialización, incluyendo los combustibles fósiles, que representan más del 60% de las emisiones.
Si Hábitat III comenzó a coquetear con el concepto del “derecho a la ciudad” para intentar relacionarlo equívocamente con la promoción de la urbanización, verdadero propósito mercantilista de la ONU, el Acuerdo de París habla tímidamente de “justicia climática”, pretendiendo asociarlo al desarrollo de mecanismos financieros para que los países desarrollados puedan seguir contaminando el planeta, mientras distribuyen menguados recursos para asistir a los países menos desarrollados en las tareas de mitigación y adaptación al cambio climático, mediante la creación de sumideros y depósitos de GEI, junto con limitados procesos de transferencia tecnológica.
La reunión de Marruecos en los próximos días necesitaba que al menos 55 países que sumaran mínimo el 55% de las emisiones de GEI hubiesen ratificado el Acuerdo de París. Hasta ahora lo han hecho 97 de los 193 países signatarios. China, EE.UU, Alemania y la Unión Europea ya lo hicieron, junto con una pléyade de países pobres interesados en acceder a una primera bolsa de 100 mil millones de dólares que los países desarrollados han prometido a los países en desarrollo para 2020. Al momento de escribir esta nota, Colombia aún no había ratificado el acuerdo.
Es importante recordar que Colombia es uno de tantos países en desarrollo que ha sufrido las consecuencias de la variabilidad climática en años recientes, sin que se hayan tomado las medidas suficientes para prevenir sus catastróficos efectos. Por eso, recurrentemente, muchos asentamientos, pero también ciudades, ven incrementar las catástrofes humanas, a veces en lugares en donde ya habían ocurrido. En 2011, por ejemplo, según el Conpes 3700 que definió las primeras estrategias para enfrentar el Cambio Climático, las emergencias causadas afectaron más de 3,3 millones de personas, 1 millón de hectáreas de cultivos, más de 2 mil centros educativos, 371 centros de salud, 12 mil viviendas destruidas, entre otros, para un costo subestimado de 3 billones de pesos.
Mientras el libre mercado siga dominando las relaciones sociales de producción, el crecimiento irracional no cesará, la deforestación y las economías extractivas legales e ilegales seguirán siendo una de las mayores fuentes de riqueza y de contaminación ambiental; y la expansión urbana y el consumo de suelos agrícolas para la urbanización seguirán convirtiéndose en la principal alternativa de empleo para la supervivencia humana en las ciudades. Es lo que algunos llaman el “síndrome de la rana hervida”.
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