El Foro Urbano Mundial, que se reunió en Medellín, debe servir para dejar una provechosa lección a las ciudades colombianas, que crecen en medio del desorden, de la falta de atención metódica a sus necesidades básicas y de la carencia de planeación que les asegure un futuro cierto, estable y de cara a las realidades de la época.
Estoy convencido de que cada ciudad importante en Colombia, debe tener un consejo permanente de expertos planificadores, que constantemente estén en capacidad de analizar las realidades urbanas, las urgencias de los ciudadanos y los requerimientos de las épocas actuales y futuras, así como el desempeño de las ciudades que están adelante en materia de desarrollo y de calidad de vida de sus habitantes.
Debemos pensar de una vez por todas en deshacernos de viejos y perversos esquemas, en donde lo que manda es la emoción de momento o el interés político, en donde el estado de ánimo es el que ordena las obras y no una carta de navegación en donde no solo se esquematicen los proyectos, sino que se prioricen de acuerdo a las reales necesidades urbanas y ciudadanas.
Las ciudades tienen que aprender a ser sostenibles en la prestación de sus servicios, de tal manera que se pueda impedir el desorden, el despilfarro y la corrupción.
Cuando los directores de una urbe no tienen claro qué es lo que deben hacer, surgen elementos confusos, erráticos y perturbadores, y vemos que lo necesario no es lo que se ejecuta, que lo urgente queda aplazado y que la frustración resulta ser el denominador común, generándose a su vez un parámetro cultural indiferente que se acostumbra a una marcha equivocada y a recibir unos beneficios a medias, que no son los indicados y que están lejos de representar la conducta adecuada de sus ejecutores.
Esta es la razón por la cual los presupuestos no rinden y las obras no son lo que realmente deberían reflejar frente al esquema de las necesidades ciudadanas.
El Gobierno Nacional debería aprovechar este foro, a través de los conceptos allí expresados, para que se sienten las bases de un nuevo orden urbano y de un modelo educativo que capacite a los ejecutores del presupuesto, para que sepan de una vez por todas que una planeación de largo plazo, con la participación amplia de los ciudadanos y de los estamentos cívicos, es la que nos va a permitir tener unas ciudades más justas y una calidad de vida adecuada a los verdaderos requerimientos.
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