Ya han comenzado a posesionarse los nuevos gobernantes municipales y departamentales que inician su mandato a partir del primero de enero.
Son muchas las expectativas de los ciudadanos sobre estos nuevos periodos: para unos de anhelo de grandes transformaciones y para otros de procura de estabilidad en los logros obtenidos por quienes hacen dejación de sus cargos; pero para los nuevos mandatarios, un compromiso con los grandes temas que preocupan a los ciudadanos.
Y haciendo un recuento de lo que constituyen esas esperanzas, tenemos temas fundamentales como la seguridad, la movilidad, la infraestructura y los servicios públicos esenciales.
Los ciudadanos demandan calidad de vida y la conjugación de logros en estas materias es lo que permite avanzar y experimentar hechos positivos que hagan grato el sentimiento de vida en las ciudades.
Un buen esquema de trabajo, con compromisos a corto, mediano y largo plazo, todos estos con capacidad de medirse periódicamente, y un buen equipo de colaboradores con habilidad técnica, con compromiso en los programas, con disponibilidad para el trabajo arduo y con el sello de transparencia en las acciones, es lo que se requiere para poder estar en condiciones de brindar resultados.
Cuando los criterios no son claros y cuando el compromiso falta, los problemas aparecen y las frustraciones comienzan a invadir el sentimiento ciudadano. Los habitantes de una urbe tienen que estar en capacidad de percibir los avances, el mejoramiento de las condiciones, la atenuación de los problemas y la esperanza de un mejor clima de convivencia y de progreso.
En el momento en que eso no sea posible, es cuando los ciudadanos se dividen y la polarización aparece: de un lado los que defienden el esquema burocratizado e ineficiente, que también es el que ampara la corrupción, y por otro, el de aquellas personas que se sienten engañadas, aplastadas por la ineficiencia del Estado y conmovidas por la pérdida de la calidad de vida.
El reto es muy grande y debe ser el imperativo desde el primer día de trabajo de los nuevos gobernantes, a quienes les asiste el compromiso de la dirección del proceso, de la alimentación de las acciones, de la medición de los resultados y de las rectificaciones tempranas cuando sean requeridas.
Le queda ahora a la comunidad el papel de veeduría, para verificar con prontitud y con energía el cumplimiento de los parámetros establecidos en los programas ofrecidos, sin olvidarse de que el ciudadano, a través del voto, premia, pero también castiga.
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