La captura de un automóvil del Congreso colombiano (supuestamente rematado previamente por la jefa de bienes de esa institución), conducido por su hijo, con millones de pesos de propiedad de los criminales más peligrosos, es el último escándalo del Congreso.
Prostitución masculina y femenina, cohecho, chantajes, robos vulgares, alianzas con el crimen organizado, legislación en causa propia para autootorgarse privilegios indebidos y odiosos, leyes para crear negocios privados beneficiando individuos a costa de los colombianos, protección de carteles o monopolios con el pretexto de la defensa de la industria nacional y el empleo; en fin, todo el código penal se queda corto para albergar tanta criminalidad creativa e
inagotable.
Fraude, compraventa de votos, acción paramilitar, mermelada, corrupción en la administración pública, cooptación de la Fiscalía, la Procuraduría y la Contraloría por las oscuras fuerzas que conspiran contra el bien común, contra el bienestar de los colombianos son el origen del poder político de las mayorías en esta república alejadas del Sagrado Corazón.
Son los congresistas los que manejan la maquinaria sucia que pone los votos para elegir a casi todos los alcaldes y gobernadores, son los que tienen en su computador personal la lista de la casi totalidad de los empleados del Estado a todos los niveles, los dueños de los contratos, de las pautas de publicidad para comprar medios, los todopoderosos concesionistas de favores, de privilegios. Son generosos dilapidando la hacienda pública y avaros con la parte del león que logran retener para ellos mismos.
Ya estamos acostumbrados a ese espectáculo deprimente, y poco podemos contra eso mientras la ignorancia y miseria de grandes capas de la población permitan la manipulación electoral. Probablemente por eso no les interesa a las mayorías del Congreso mejorar la vida de estos “votantes cautivos”.
Luchar contra una corrupción sistemática, profunda, enraizada en las entrañas del sistema no es tarea fácil. Tampoco se cambian estos hábitos malignos de un día a otro, no hay remedios mágicos. Limpiar el Estado colombiano, convertido en un corral de lodo por décadas, será un proceso arduo. Tendremos que hacer el trabajo que no hicieron nuestros mayores, acrecentado por el que nos cabe a los jóvenes por nuestra propia responsabilidad. Tomará tiempo, pero Colombia ya está madura para el progreso civil.
Debemos apoyar a las minorías, o mejor, a los individuos valientes y muy valiosos que se oponen tercamente al sistema aplastante y que no han logrado aún catalizar el desprecio de los colombianos convirtiendo el descontento en voto de castigo, en la eliminación de esos individuos tan perjudiciales de la vida política con un cambio de rumbo que regenere y restaure la democracia a sus verdaderos valores de solidaridad y de honestidad. Debes ejercer el poder de tu voto, para devolver al pueblo colombiano “El gobierno del pueblo, por el pueblo, y para el pueblo”.
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