Fernando-Alonso Ramírez

Al profesor Pablo Rolando Arango lo hemos visto desde hace años como un provocador profesional. Saltó al reconocimiento por su interesante ataque al plagio de ciertos profesores que a pesar de cometerlo siguen tan campantes en la academia. Es un académico muy a su pesar, pero también muy diferente, formador de nuevas corrientes del pensamiento profundamente popular.
Lo dice de la mejor manera en el prólogo de Grandes borrachos Colombianos volumen 1 - Borrachos grecocaldenses, Camilo Jiménez, en el prólogo: el profesor Arango puede citar juntos a Platón y a Kierkegard para hacer un perfil de El Caballero Gaucho. "Eso solo puede hacerlo sin mosquearse un despistado o un idealista. ¿No son acaso la misma cosa?"
Esa provocación profesional que ejerce con total naturalidad nos mantiene acostumbrados en sus escritos en revistas como Soho, elmalpensante y hasta en el blog que sirve de práctica para nuevas formas narrativas de jóvenes estudiantes llamado La penúltima verdad. Antes era un deleite leerlo en LA PATRIA, pero abandonó el barco.
Le va bien escribiendo una crónica de inmersión con los chirrincheros del Parque Caldas o igual un desenfadado ensayo contra el academicismo y la impostura intelectual, como aquella que privilegia lo que algunos llaman postmodernismo, escribir de manera oscura para que no se nos note la ignorancia.
Grandes borrachos colombianos volumen 1 es un profundo divertimento. Leer las anécdotas de la infancia etílica de Pablo es gozar con sus apuntes. Y puedo dar fe, por conocimiento territorial, de que las cosas que dice y que cita sobre lo que ocurría –ocurre- con los púberes y los adolescentes en municipios como Manzanares o Pensilvania son verdad. No hay manera aquí de salvar a las buenas gentes del pueblo.
Esas cosas pasan así, igualitas. Basta haber conocido al papá de un amigo de Pablo que cita con total gracia el autor cuando, obviamente borracho, da consejos para la vida, consejos que dan risa, pero en los que hay la gran preocupación del padre por el hijo que ya se inicia en el arte de libar, pero que no llegue al de meter.
Al parar de reír nos damos cuenta de la profundidad del problema que muestra de esta forma el profesor Arango, el alcoholismo como única posibilidad para miles de nuestros jóvenes en esta región, que no es exclusivo para los del oriente de Caldas.
También encontramos allí una nota sobre un profesor de la Univesidad de Caldas que se la pasó prácticamente beodo durante todo su ejercicio académico y que llevó a rendirle el mejor de los homenajes, contar su historia, revelar sus anécdotas y mostrar que también hay perdición para el cuerpo en la academia, aunque el protagonista no se dé por enterado y pueda permanecer como profesor borracho por siglos.
Incluye este trabajo la historia de un tremendo jugador de ajedrez que tuvo Colombia, el antioqueño Óscar Castro, quien por una jugada del editor del libro, metió un pedazo de Antioquia, desconocido para mí, como parte del Eje Cafetero. Sin duda son más divertidas las que tienen como testigo de primer orden o protagonista al profesor Arango, que a pesar de su desenfado tuvo la sensibilidad de dedicar discretamente esta obra a sus padres: Para Melva y Javier.
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